viernes, 27 de junio de 2008

Y OTRO CAPÍTULO

YA SE CONOCEN Y EMPIEZAN A CONVERSAR, Y TODO ESO.

Cuando mi esposa y yo nos casamos, y decidimos jugar casita y todo lo demás, nos pusimos como meta tener la casa cerca del trabajo o viceversa al igual que el colegio de los hijos que tendríamos. Por esto nos mudamos a un pueblo colonial con un casco central hermoso, que aunque la verdad es que resulta bullicioso de día, apenas amaina el horario laboral, el pueblo queda agradablemente tranquilo.

En cierto modo nuestra vida ha venido pareciéndose a la de aquellos tiempos en los que todo estaba regido por medidas naturales como la del día y la noche, la sequía y las lluvias y esas cosas. Mis hijos, tres, dos hembras y un varón, juegan en las calles, van a la escuela a pie, le caen a pedradas a los mangos cuando están cargados…, buéh, la verdad no sé si eso es bueno o es malo, solo sé que vivimos tranquilos. Por eso cuando llegué a casa con tres horas de retraso con respecto a lo habitual el clima era de expectativa, porque algún cuento bueno traería.

Les hice un resumen mientras me tomaba una taza de caldo de gallina y sí, me dijeron que yo estaba loco, como de costumbre, pero se rieron mucho.

A mi esposa le conté algunos detalles que a mí me parecieron graciosos en la penumbra de la intimidad restándole importancia a las ganas que tenía de empatar el hilo del cuento. Ella me dijo entre risas que si mañana volvía a ver al viejito ese, que le diera ron a él, pero que tomara jugo de parchita yo, porque si se extendía la historia podía terminar pagándolo mi hígado que además nunca me ha funcionado del todo bien.

Tiene razón.

Y sí, tras otro día tranquilo de trabajo en el taller cerré y pasé a tomarme un traguito camino a casa en el bar de la esquina. Le pregunté a Don Santos por el viejito de anoche y me dijo que el señor Gustavo nunca aparecía antes de las seis y media, que me tomara mi traguito tranquilo que en menos de diez minutos ya lo tiene usted aquí… Y pedí jugo de parchita porque aprendí hace mucho que como dice mi esposa siempre es mejor mientras me reía para mis adentros porque pasó la peluquera de enfrente diciéndole adiós “Adoquincito” a Don Santos…, yo me reía porque no era adoquincito sino Don Kingcito, porque Don Santos era moreno y fornido, pequeño y con los pelos blancos y parados como si hubiera visto un fantasma… No hay como un sobrenombre puesto por una peluquera.

Estaba riéndome tranquilo pensando en eso y oyendo la última de no sé qué político, cuando oí la voz desdentada de Don Gustavo pidiéndome un ron mientras miraba el jugo de parchita con mucha desconfianza: a mí me da un ron, caña clara, o en última instancia un lava gallos. Si no tiene nada de eso, me da un café bien negro, pero no me vaya a joder con un juguito de esos ni con un whisky porque me voy y no le cuento un coño ‘e la madre de nada ¿me oyó?

Lo tranquilicé con un breve historial de mi hígado mientras Don Santos le servía el roncito y me recomendaba una infusión de cola de caballo en ayunas y antes de acostarme como perfecto reconstituyente hepático. Le di las gracias mientras le pedía otro juguito y me acomodé en mi taburete para escucharle el resto del cuento a Don Gustavo quién ahora tenía nombre para mí.

¿Por dónde iba? ¿usted se acuerda? Me dijo el viejo gran carajo ese después de sacarme tres rones en media hora de evasivas. Yo le dije que sí, que me estaba hablando de cuando Bombi y Atalayo se habían conocido en la morgue y comenzaban a conversar.

Ah, sí se acuerda por dónde íbamos…, pues sí, así mismo era, pero fíjese que un día aparecieron unas noticias en los periódicos sobre un escándalo financiero por una quiebra presuntamente fraudulenta de unos bancos y unas compañías aseguradoras, o cosa por el estilo, y el suegro millonario de la doctora falleció, y la vida es una cosa seria porque al parecer fue a causa de un ataque parecido a los de Atalayo (los guarda espaldas del viejo no habían permitido que se le aplicaran los primeros auxilios que había desarrollado su nuera, alegando no sé qué objeciones irreflexivas, altisonantes y sin sentido, en torno a la negativa absoluta sobre ponerle un corcho en el culo al patrón, ocasionándole entonces la muerte por deshidratación, baja violenta del nivel de electrolito o algo así, por lo que pude entender) y el tipo alto desapareció, no antes de extraviar unos documentos importantes, el Mercedes, y de dejar constancia de que había un fraude también en los papeles de matrimonio con la querida doctora Bombi Softail y de sugerirle que los quemara (me refiero a dicha documentación)....

Lo que son las coincidencias y aquí veo yo hasta la mano de dios, porque puede ser que exista y haya sido él: el tipo alto tenía de sucio lo que tenía de bonito, el enfermo estaba sano y lúcido, y estaba ahí. Una cosa llevó a la otra y…, solo faltaba el dinero... Usted me va a perdonar pero yo, a esta edad que tengo aun pienso que sin dinero…, bueno, usted me entiende…, y no me vaya a malinterpretar lo que dije de dios porque no es que dude de su existencia, es solo que debe estar muy ocupado y normalmente no comparece tan fácilmente…, estamos de acuerdo ¿no?… La cosa es que Atalayo sabía que esa lucidez no era casual, que el enamorarse de la forense de las botas de goma, tampoco lo era, que si sumaba correctamente encontraría la solución... La morgue, los muertos... ¡Pompas fúnebres! Claro, no era sino sumar dos y dos para que le diera cuatro, pero no me va a negar que es original la ocurrencia.

Bombi Softail, que salía de su trabajo, se le quedó mirando con curiosidad... Esa noche él la vio desnuda por primera vez..., se la imaginó quiero decir, pero tan claramente, que parecía real. Ella aparecía frente a él, mirándolo a los ojos, sabía que estaba desnuda, y lamentó que su imaginación no le revelara nada más abajo de los ojos, una fugaz toma en picado pero muy difuminada... Debe haber sido producto de la debilidad de la convalecencia, pero la imaginación no le dio para más, todo muy subliminal y elegante ¡que porquería es la falta de imaginación! Por eso es que yo bebo ron y que ni me acerquen un juguito de esos que usted está bebiendo ¿pero qué coño le pasa a usted? Don Santos Adoquincitos déle una taza de cola de caballo a este cristiano para que deje de joderme con este vaso de piñatica que se está tomando…

Don Santos sin decir nada le sirvió un ron, pero doble, y a mí me dio otro de parchita. Don Gustavo resopló pero no añadió sino meter boca y nariz dentro de su vaso.

Coño ‘e su madre…, bueno, le decía que entonces, con toda la lucidez del caso (por no poder darse una ducha fría en ese momento) y la expresión de mayor seriedad de la que fue capaz Atalayo ideó un discurso para ella y habló así: Siempre he querido ser empresario, pero no había encontrado una especialidad que me interesara de verdad, ahora lo sé: Quiero instalar una funeraria -sería apropiado ¿no?- Buscaré un socio con capital y manejaré el asunto con calma, cómo lo hacen los empresarios de pompas fúnebre, porque la verdad es que nunca he visto un cortejo de esos con prisas e improvisaciones- le dijo muy seriamente a ella en aquella ocasión. Yo por cierto, me imaginaba (y me atragantaba de risa) lo que a cualquier observador desprevenido le ha debido parecer el cuadro: un tipo con cara de enfermo, con bata culo al aire de operado dando un discurso en pose de tribuno romano, y una tipa con bata de forense escuchando atentamente, sentada en la grama.

Sí, sí, ríase, pero ella lo seguía observando con detenimiento, le comenzaba a intrigar ese hombre casi transparente (ella se lo atribuía a la enfermedad y la dieta de empanadas callejeras. La comida del hospital le producía gases) de barba cerrada y ojos hundidos. Lo miraba con tanta atención, que comenzó a atemorizar a Atalayo, pues éste, en medio de su lucidez, notaba que lo de ella era una atención más allá de lo profesional, no lo estaba mirando con ojos de científica, sino con algo terrible: con ojos de mujer... Atalayo tenía experiencia en el tema, sabía que cuándo una mujer le ponía encima los ojos (de mujer) a un hombre, alguien estaba en problemas, normalmente más de uno.

Usando su lucidez y exprimiéndola al máximo, sacó cómo conclusión que no era pertinente oponerse, ni huir, ni forzar nada, lo que tuviera que pasar pasaría aunque explotara el planeta, y lo que no, no… Sírvame más ron…, no, no, todavía no, que este que usted me dio venía bien resuelto y todavía le queda ¿será que quiere que me rasque temprano? ¿lo regañaron en la casa anoche por llegar tarde? Si quiere paramos el cuento aquí.

Déjese de pendejadas, Don Gustavo y siga contando que tiene a medio botiquín pendiente de sus güevonadas, siga, siga palante… Aquí tiene una taza de cola de caballo para ver si es verdad que sirve la vaina.

Cola de caballo, eso es, pero déjeme seguir contando que esta gente tiene los ojos puyúos ya, y así mismo hizo Atalayo: no le hizo caso a la mirada inquisitiva de la forense, y continuó hablando de su proyecto con más y más detalle cada vez, las horas se fueron volando y la doctora perdió el turno de la tarde en su trabajo (esto era muy común entre los empleados de ese hospital, aunque no en ella) se hizo de noche y Atalayo se ofreció a acompañarla a buscar un taxi, aunque no le gustara mucho eso de romper las rutinas...

Así pasaron unos días, en esa nueva rutina: él hablando de su proyecto funerario, y ella mirándolo con atención. A ciencia cierta no se sabía si la atención estaba en la mirada, o realmente estaba atenta a lo que él decía. Hasta que un día lo interrumpió bruscamente y ya nunca dejó de hacerlo. Le dijo esa vez: ¿Sabes que no todo se lo llevó la quiebra? Aun tengo con qué defenderme, económicamente hablando, digo. Vamos a comprarte algo de ropa porque te arreglé una cita con mi abogado esta tarde a las cinco y media para que firmes unos papeles, luego vamos con un amigo que tiene una oficina de negocios de bienes raíces para ver qué tiene disponible, escogeremos un local grande con oficina y varias dependencias, coordinamos todo para que comencemos ese negocio en sociedad. Yo pongo el dinero, el abogado, el administrador, el contador, el sitio, el control del manejo del personal, y el resto de la organización. Tú pones las ideas y el trabajo duro ¿De acuerdo?
–Si -Y fue lo último que dijo Atalayo ese mes... Bueno, no fue grave, porque ya era día veintiocho.

El cambio fue como una avalancha, como un río crecido, no dejó piedra sobre piedra pero se llevó también la basura. Los cambios son la cosa más mala que hay, pero a la larga o a la corta la vaina mejora y queda uno mucho mejor que antes. Yo soy el mejor ejemplo, tal vez algún día le digo quién era yo antes de ser este que usted ve aquí…

Pero déjeme seguir y terminarme este ron para que me puedan dar otro: El año siguiente se fue rápido, el negocio creció y Atalayo engordó un poco, agarró colorcito en la piel, no bebía ni comía cosas no autorizadas por la presidencia, dormía ocho horas diarias, siempre en el mismo horario, hacía ejercicios aeróbicos moderados, todo por prescripción facultativa como dicen los que saben de eso. Iba en camino de convertirse en ese modus vivendi que tiene que ser un verdadero hombre.

Un día que trabajó hasta tarde en una idea que los había puesto a la cabeza del negocio de pompas fúnebres (y del que hablaremos luego) cerró la oficina y salió por el almacén de urnas para cortar camino hacia el estacionamiento en busca de un carro de la funeraria qué usaba siempre, pensando que llegaría a su pequeño departamento asignado por la presidencia, con el tiempo justo para preparar el kit de maquillaje para los muertos por arma de fuego (había descubierto que congelar el maquillaje en porciones pequeñas y mezclado con una especie de cera configuraba una especie de lacre, daba un mejor acabado al aplicarlo y era esta la idea básica de la que le hablaba antes) hacer los ejercicios, darse una ducha, comerse algo liviano para la cena, justo lo autorizado, y acostarse para dormir las ocho horas completas.

Fue pasando por el almacén que vio lo que le borró la lucidez hasta esta mañana que le contaba ayer veintitantos años después: el culote, digo, las nalgas de Bombi Softail, (el de la presidencia por cierto) perdonen el lenguaje pero es que me emociono cuando me acuerdo... Bueno, no así al descubierto. Pasó que ella estaba haciendo un inventario sorpresa de las urnas negras con forro de seda, y en ese momento estaba de cabeza dentro de una de ellas comprobando las costuras del forro.

Yo me imagino fácilmente que ella llevaba puestas unas ropas deportivas de esas que se usan para trotar y por eso no habría modo de disimular las formas de su protuberante región posterior media... Me parece haber entendido (no sé por qué) que hasta ese día Atalayo y Bombi Softail siempre se miraban a los ojos y en cuestiones de trabajos, ella siempre con la ropa holgada de forense, además de una bata blanca de laboratorio encima, muy grande, como un sobretodo. Él, con sus bluyines, franela blanca y zapatos sin medias, solo que ahora todo estaba limpio y olía bien, estaba bien afeitado, con el cabello corto...

Pero supongo que ella ese día había venido de incógnito, a deshoras, para chequear el funcionamiento del negocio sin previo aviso. Debe haber acostumbrado hacerlo, pero siempre en horas de trabajo y ataviada adecuadamente para el caso. Aunque todo esto es construcción mía porque en ninguna parte me mencionaron esto.

Sí señor, eso que usted piensa es así, pero esta vez se olvidó de las formalidades laborales y salió del gimnasio (a dónde iba a conversar con sus amigas, porque ella no necesitaba hacer ejercicio, solo un poco de relajamiento en ropas cómodas y su ala de cuervo cayendo por su espalda cómo un torrente de brea refinada, lejos de los postres y bebidas ricas en calorías para no tentar a las amigas. Solía subirse a las máquinas de caminar, pero jamás las puso en marcha) directo al almacén de urnas. En eso estaba cuándo Atalayo salía por el lado de atrás..., de la funeraria, porsia...

Un mareo o algo así fue lo que sintió Atalayo y yo lo comprendo porque uno se puede morir varias veces de eso, yo que se lo digo y me puede creer... Por un momento pensó que se enfermaría de nuevo ¡No, vómitos y diarreas no! Un par de nalgas con la forma perfecta. La textura casi se podía sentir a través de la distancia que los separaba, se le desapareció la lucidez y se adelantó sin poder evitarlo, con las manos extendidas hacia delante como una momia de comiquita y ¡ñás!!! Le metió las dos manos por dentro del pantalón de deportes, justo hasta tocarle esa parte húmeda y cálida que está ahí, dentro... Don Gustavo jadeaba con los ojos desorbitados e inyectados de sangre. Yo no respiraba al igual que el resto de los presentes en el bar.

Y así siguió recitando con voz de letanía sin lo cascado de una boca desdentada. Era raro, quizás la taza de cola de caballo tendría esos efectos extraños, no sé, pero siguió hablando el borracho: Lo que siguió pasó rápido, dentro de la urna una parte, fuera de ella la otra, la lengua de Atalayo se metió por unos sitios que ya no recordaba que existían, ciertas partes cuyos usos alternativos también habían sido reducidos, fueron a dar en cavidades que no siempre eran las designadas por la academia y por los tratados de la ONU para recibir esas visitas. Qué les puedo decir, que ya no estoy en edad de echar esos cuentos hablando más claro porque lo que me puedo es volver a morir y esa vaina jode mucho… Así que perdónenme, haga de cuenta de que somos víctimas de la censura gringa que no permite que se impriman las palabras lengua y clítoris en un mismo párrafo…

Porque les digo que ambos estaban recordando lo que habían olvidado e inventando sobre la marcha (y bajo ella también) lo que no recordaban, la vaina fue que Atalayo perdió la lucidez desde entonces. Un par de nalgas la sustituyó. Y qué par de nalgas, lo que pasa es que yo se lo cuento a usted y como yo lo que soy es un borrachón de mierda que usted ni sabe quién soy le parece que soy un exagerado y que no hago sino hablar paja, pero es verdad que esas nalgas son como para que uno se vuelva loco y no quiera curarse más nunca… No hombre, no, no diga esas cosas que yo y todos los demás que estamos aquí le creemos… El burro de último, señor, el burro de último, pero ni mire a Adoquincito que va a querer que lo nombren a él… Deje, deje y siga contando.

Está bien, pero borracho y todo déme otro roncito por favor, que se me está acabando la gasolina ya… Como le decía: Al principio fue incontrolable, al pasar un tiempo, era divertido, después era inevitable, y al final, se mudaron juntos, para ahorrar.

Claro que Atalayo ascendió en la empresa de inmediato, su experiencia en trabajos de todo nivel dentro de ella, hacían que su conocimiento fuera preciso y fácil de explotar, porque por eso asciende uno dentro de la empresa de otro, porque mientras más arriba está uno más le sacan la mierdita…, además, él siempre tuvo ideas que ahora podía poner en práctica, cómo acomodar una pequeña habitación en el almacén de urnas para el uso en conjunto con la presidencia, porque explotación con gusto no pica, jajajá..., logró también la adquisición de un porcentaje adicional de acciones de la empresa... Nada mal, pues. Bueno, admitámoslo, él no consiguió nada, todo fue idea de ella también porque si se ponía a contar con él para las cosas que no fueran de locos… Pero vamos a pararla aquí, que tanta lengua y tanto culo nos va a poner más locos de lo que estamos…

Sí hombre, mejor así, mire que ya no estoy para galas gimnásticas. Bueno, aquí como que ninguno lo está… Ja, me voy para mi casa y mañana me sigue contando.

Mejor.

Hay que ver, calidad de viejo loco este…

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Guiñol de la realidad verdadera pero de la que se percibe con el rabito del ojo, porque digamos que es más fácil así evadirse del engaño..., o algo por el estilo.