viernes, 27 de junio de 2008

Y OTRO CAPÍTULO

YA SE CONOCEN Y EMPIEZAN A CONVERSAR, Y TODO ESO.

Cuando mi esposa y yo nos casamos, y decidimos jugar casita y todo lo demás, nos pusimos como meta tener la casa cerca del trabajo o viceversa al igual que el colegio de los hijos que tendríamos. Por esto nos mudamos a un pueblo colonial con un casco central hermoso, que aunque la verdad es que resulta bullicioso de día, apenas amaina el horario laboral, el pueblo queda agradablemente tranquilo.

En cierto modo nuestra vida ha venido pareciéndose a la de aquellos tiempos en los que todo estaba regido por medidas naturales como la del día y la noche, la sequía y las lluvias y esas cosas. Mis hijos, tres, dos hembras y un varón, juegan en las calles, van a la escuela a pie, le caen a pedradas a los mangos cuando están cargados…, buéh, la verdad no sé si eso es bueno o es malo, solo sé que vivimos tranquilos. Por eso cuando llegué a casa con tres horas de retraso con respecto a lo habitual el clima era de expectativa, porque algún cuento bueno traería.

Les hice un resumen mientras me tomaba una taza de caldo de gallina y sí, me dijeron que yo estaba loco, como de costumbre, pero se rieron mucho.

A mi esposa le conté algunos detalles que a mí me parecieron graciosos en la penumbra de la intimidad restándole importancia a las ganas que tenía de empatar el hilo del cuento. Ella me dijo entre risas que si mañana volvía a ver al viejito ese, que le diera ron a él, pero que tomara jugo de parchita yo, porque si se extendía la historia podía terminar pagándolo mi hígado que además nunca me ha funcionado del todo bien.

Tiene razón.

Y sí, tras otro día tranquilo de trabajo en el taller cerré y pasé a tomarme un traguito camino a casa en el bar de la esquina. Le pregunté a Don Santos por el viejito de anoche y me dijo que el señor Gustavo nunca aparecía antes de las seis y media, que me tomara mi traguito tranquilo que en menos de diez minutos ya lo tiene usted aquí… Y pedí jugo de parchita porque aprendí hace mucho que como dice mi esposa siempre es mejor mientras me reía para mis adentros porque pasó la peluquera de enfrente diciéndole adiós “Adoquincito” a Don Santos…, yo me reía porque no era adoquincito sino Don Kingcito, porque Don Santos era moreno y fornido, pequeño y con los pelos blancos y parados como si hubiera visto un fantasma… No hay como un sobrenombre puesto por una peluquera.

Estaba riéndome tranquilo pensando en eso y oyendo la última de no sé qué político, cuando oí la voz desdentada de Don Gustavo pidiéndome un ron mientras miraba el jugo de parchita con mucha desconfianza: a mí me da un ron, caña clara, o en última instancia un lava gallos. Si no tiene nada de eso, me da un café bien negro, pero no me vaya a joder con un juguito de esos ni con un whisky porque me voy y no le cuento un coño ‘e la madre de nada ¿me oyó?

Lo tranquilicé con un breve historial de mi hígado mientras Don Santos le servía el roncito y me recomendaba una infusión de cola de caballo en ayunas y antes de acostarme como perfecto reconstituyente hepático. Le di las gracias mientras le pedía otro juguito y me acomodé en mi taburete para escucharle el resto del cuento a Don Gustavo quién ahora tenía nombre para mí.

¿Por dónde iba? ¿usted se acuerda? Me dijo el viejo gran carajo ese después de sacarme tres rones en media hora de evasivas. Yo le dije que sí, que me estaba hablando de cuando Bombi y Atalayo se habían conocido en la morgue y comenzaban a conversar.

Ah, sí se acuerda por dónde íbamos…, pues sí, así mismo era, pero fíjese que un día aparecieron unas noticias en los periódicos sobre un escándalo financiero por una quiebra presuntamente fraudulenta de unos bancos y unas compañías aseguradoras, o cosa por el estilo, y el suegro millonario de la doctora falleció, y la vida es una cosa seria porque al parecer fue a causa de un ataque parecido a los de Atalayo (los guarda espaldas del viejo no habían permitido que se le aplicaran los primeros auxilios que había desarrollado su nuera, alegando no sé qué objeciones irreflexivas, altisonantes y sin sentido, en torno a la negativa absoluta sobre ponerle un corcho en el culo al patrón, ocasionándole entonces la muerte por deshidratación, baja violenta del nivel de electrolito o algo así, por lo que pude entender) y el tipo alto desapareció, no antes de extraviar unos documentos importantes, el Mercedes, y de dejar constancia de que había un fraude también en los papeles de matrimonio con la querida doctora Bombi Softail y de sugerirle que los quemara (me refiero a dicha documentación)....

Lo que son las coincidencias y aquí veo yo hasta la mano de dios, porque puede ser que exista y haya sido él: el tipo alto tenía de sucio lo que tenía de bonito, el enfermo estaba sano y lúcido, y estaba ahí. Una cosa llevó a la otra y…, solo faltaba el dinero... Usted me va a perdonar pero yo, a esta edad que tengo aun pienso que sin dinero…, bueno, usted me entiende…, y no me vaya a malinterpretar lo que dije de dios porque no es que dude de su existencia, es solo que debe estar muy ocupado y normalmente no comparece tan fácilmente…, estamos de acuerdo ¿no?… La cosa es que Atalayo sabía que esa lucidez no era casual, que el enamorarse de la forense de las botas de goma, tampoco lo era, que si sumaba correctamente encontraría la solución... La morgue, los muertos... ¡Pompas fúnebres! Claro, no era sino sumar dos y dos para que le diera cuatro, pero no me va a negar que es original la ocurrencia.

Bombi Softail, que salía de su trabajo, se le quedó mirando con curiosidad... Esa noche él la vio desnuda por primera vez..., se la imaginó quiero decir, pero tan claramente, que parecía real. Ella aparecía frente a él, mirándolo a los ojos, sabía que estaba desnuda, y lamentó que su imaginación no le revelara nada más abajo de los ojos, una fugaz toma en picado pero muy difuminada... Debe haber sido producto de la debilidad de la convalecencia, pero la imaginación no le dio para más, todo muy subliminal y elegante ¡que porquería es la falta de imaginación! Por eso es que yo bebo ron y que ni me acerquen un juguito de esos que usted está bebiendo ¿pero qué coño le pasa a usted? Don Santos Adoquincitos déle una taza de cola de caballo a este cristiano para que deje de joderme con este vaso de piñatica que se está tomando…

Don Santos sin decir nada le sirvió un ron, pero doble, y a mí me dio otro de parchita. Don Gustavo resopló pero no añadió sino meter boca y nariz dentro de su vaso.

Coño ‘e su madre…, bueno, le decía que entonces, con toda la lucidez del caso (por no poder darse una ducha fría en ese momento) y la expresión de mayor seriedad de la que fue capaz Atalayo ideó un discurso para ella y habló así: Siempre he querido ser empresario, pero no había encontrado una especialidad que me interesara de verdad, ahora lo sé: Quiero instalar una funeraria -sería apropiado ¿no?- Buscaré un socio con capital y manejaré el asunto con calma, cómo lo hacen los empresarios de pompas fúnebre, porque la verdad es que nunca he visto un cortejo de esos con prisas e improvisaciones- le dijo muy seriamente a ella en aquella ocasión. Yo por cierto, me imaginaba (y me atragantaba de risa) lo que a cualquier observador desprevenido le ha debido parecer el cuadro: un tipo con cara de enfermo, con bata culo al aire de operado dando un discurso en pose de tribuno romano, y una tipa con bata de forense escuchando atentamente, sentada en la grama.

Sí, sí, ríase, pero ella lo seguía observando con detenimiento, le comenzaba a intrigar ese hombre casi transparente (ella se lo atribuía a la enfermedad y la dieta de empanadas callejeras. La comida del hospital le producía gases) de barba cerrada y ojos hundidos. Lo miraba con tanta atención, que comenzó a atemorizar a Atalayo, pues éste, en medio de su lucidez, notaba que lo de ella era una atención más allá de lo profesional, no lo estaba mirando con ojos de científica, sino con algo terrible: con ojos de mujer... Atalayo tenía experiencia en el tema, sabía que cuándo una mujer le ponía encima los ojos (de mujer) a un hombre, alguien estaba en problemas, normalmente más de uno.

Usando su lucidez y exprimiéndola al máximo, sacó cómo conclusión que no era pertinente oponerse, ni huir, ni forzar nada, lo que tuviera que pasar pasaría aunque explotara el planeta, y lo que no, no… Sírvame más ron…, no, no, todavía no, que este que usted me dio venía bien resuelto y todavía le queda ¿será que quiere que me rasque temprano? ¿lo regañaron en la casa anoche por llegar tarde? Si quiere paramos el cuento aquí.

Déjese de pendejadas, Don Gustavo y siga contando que tiene a medio botiquín pendiente de sus güevonadas, siga, siga palante… Aquí tiene una taza de cola de caballo para ver si es verdad que sirve la vaina.

Cola de caballo, eso es, pero déjeme seguir contando que esta gente tiene los ojos puyúos ya, y así mismo hizo Atalayo: no le hizo caso a la mirada inquisitiva de la forense, y continuó hablando de su proyecto con más y más detalle cada vez, las horas se fueron volando y la doctora perdió el turno de la tarde en su trabajo (esto era muy común entre los empleados de ese hospital, aunque no en ella) se hizo de noche y Atalayo se ofreció a acompañarla a buscar un taxi, aunque no le gustara mucho eso de romper las rutinas...

Así pasaron unos días, en esa nueva rutina: él hablando de su proyecto funerario, y ella mirándolo con atención. A ciencia cierta no se sabía si la atención estaba en la mirada, o realmente estaba atenta a lo que él decía. Hasta que un día lo interrumpió bruscamente y ya nunca dejó de hacerlo. Le dijo esa vez: ¿Sabes que no todo se lo llevó la quiebra? Aun tengo con qué defenderme, económicamente hablando, digo. Vamos a comprarte algo de ropa porque te arreglé una cita con mi abogado esta tarde a las cinco y media para que firmes unos papeles, luego vamos con un amigo que tiene una oficina de negocios de bienes raíces para ver qué tiene disponible, escogeremos un local grande con oficina y varias dependencias, coordinamos todo para que comencemos ese negocio en sociedad. Yo pongo el dinero, el abogado, el administrador, el contador, el sitio, el control del manejo del personal, y el resto de la organización. Tú pones las ideas y el trabajo duro ¿De acuerdo?
–Si -Y fue lo último que dijo Atalayo ese mes... Bueno, no fue grave, porque ya era día veintiocho.

El cambio fue como una avalancha, como un río crecido, no dejó piedra sobre piedra pero se llevó también la basura. Los cambios son la cosa más mala que hay, pero a la larga o a la corta la vaina mejora y queda uno mucho mejor que antes. Yo soy el mejor ejemplo, tal vez algún día le digo quién era yo antes de ser este que usted ve aquí…

Pero déjeme seguir y terminarme este ron para que me puedan dar otro: El año siguiente se fue rápido, el negocio creció y Atalayo engordó un poco, agarró colorcito en la piel, no bebía ni comía cosas no autorizadas por la presidencia, dormía ocho horas diarias, siempre en el mismo horario, hacía ejercicios aeróbicos moderados, todo por prescripción facultativa como dicen los que saben de eso. Iba en camino de convertirse en ese modus vivendi que tiene que ser un verdadero hombre.

Un día que trabajó hasta tarde en una idea que los había puesto a la cabeza del negocio de pompas fúnebres (y del que hablaremos luego) cerró la oficina y salió por el almacén de urnas para cortar camino hacia el estacionamiento en busca de un carro de la funeraria qué usaba siempre, pensando que llegaría a su pequeño departamento asignado por la presidencia, con el tiempo justo para preparar el kit de maquillaje para los muertos por arma de fuego (había descubierto que congelar el maquillaje en porciones pequeñas y mezclado con una especie de cera configuraba una especie de lacre, daba un mejor acabado al aplicarlo y era esta la idea básica de la que le hablaba antes) hacer los ejercicios, darse una ducha, comerse algo liviano para la cena, justo lo autorizado, y acostarse para dormir las ocho horas completas.

Fue pasando por el almacén que vio lo que le borró la lucidez hasta esta mañana que le contaba ayer veintitantos años después: el culote, digo, las nalgas de Bombi Softail, (el de la presidencia por cierto) perdonen el lenguaje pero es que me emociono cuando me acuerdo... Bueno, no así al descubierto. Pasó que ella estaba haciendo un inventario sorpresa de las urnas negras con forro de seda, y en ese momento estaba de cabeza dentro de una de ellas comprobando las costuras del forro.

Yo me imagino fácilmente que ella llevaba puestas unas ropas deportivas de esas que se usan para trotar y por eso no habría modo de disimular las formas de su protuberante región posterior media... Me parece haber entendido (no sé por qué) que hasta ese día Atalayo y Bombi Softail siempre se miraban a los ojos y en cuestiones de trabajos, ella siempre con la ropa holgada de forense, además de una bata blanca de laboratorio encima, muy grande, como un sobretodo. Él, con sus bluyines, franela blanca y zapatos sin medias, solo que ahora todo estaba limpio y olía bien, estaba bien afeitado, con el cabello corto...

Pero supongo que ella ese día había venido de incógnito, a deshoras, para chequear el funcionamiento del negocio sin previo aviso. Debe haber acostumbrado hacerlo, pero siempre en horas de trabajo y ataviada adecuadamente para el caso. Aunque todo esto es construcción mía porque en ninguna parte me mencionaron esto.

Sí señor, eso que usted piensa es así, pero esta vez se olvidó de las formalidades laborales y salió del gimnasio (a dónde iba a conversar con sus amigas, porque ella no necesitaba hacer ejercicio, solo un poco de relajamiento en ropas cómodas y su ala de cuervo cayendo por su espalda cómo un torrente de brea refinada, lejos de los postres y bebidas ricas en calorías para no tentar a las amigas. Solía subirse a las máquinas de caminar, pero jamás las puso en marcha) directo al almacén de urnas. En eso estaba cuándo Atalayo salía por el lado de atrás..., de la funeraria, porsia...

Un mareo o algo así fue lo que sintió Atalayo y yo lo comprendo porque uno se puede morir varias veces de eso, yo que se lo digo y me puede creer... Por un momento pensó que se enfermaría de nuevo ¡No, vómitos y diarreas no! Un par de nalgas con la forma perfecta. La textura casi se podía sentir a través de la distancia que los separaba, se le desapareció la lucidez y se adelantó sin poder evitarlo, con las manos extendidas hacia delante como una momia de comiquita y ¡ñás!!! Le metió las dos manos por dentro del pantalón de deportes, justo hasta tocarle esa parte húmeda y cálida que está ahí, dentro... Don Gustavo jadeaba con los ojos desorbitados e inyectados de sangre. Yo no respiraba al igual que el resto de los presentes en el bar.

Y así siguió recitando con voz de letanía sin lo cascado de una boca desdentada. Era raro, quizás la taza de cola de caballo tendría esos efectos extraños, no sé, pero siguió hablando el borracho: Lo que siguió pasó rápido, dentro de la urna una parte, fuera de ella la otra, la lengua de Atalayo se metió por unos sitios que ya no recordaba que existían, ciertas partes cuyos usos alternativos también habían sido reducidos, fueron a dar en cavidades que no siempre eran las designadas por la academia y por los tratados de la ONU para recibir esas visitas. Qué les puedo decir, que ya no estoy en edad de echar esos cuentos hablando más claro porque lo que me puedo es volver a morir y esa vaina jode mucho… Así que perdónenme, haga de cuenta de que somos víctimas de la censura gringa que no permite que se impriman las palabras lengua y clítoris en un mismo párrafo…

Porque les digo que ambos estaban recordando lo que habían olvidado e inventando sobre la marcha (y bajo ella también) lo que no recordaban, la vaina fue que Atalayo perdió la lucidez desde entonces. Un par de nalgas la sustituyó. Y qué par de nalgas, lo que pasa es que yo se lo cuento a usted y como yo lo que soy es un borrachón de mierda que usted ni sabe quién soy le parece que soy un exagerado y que no hago sino hablar paja, pero es verdad que esas nalgas son como para que uno se vuelva loco y no quiera curarse más nunca… No hombre, no, no diga esas cosas que yo y todos los demás que estamos aquí le creemos… El burro de último, señor, el burro de último, pero ni mire a Adoquincito que va a querer que lo nombren a él… Deje, deje y siga contando.

Está bien, pero borracho y todo déme otro roncito por favor, que se me está acabando la gasolina ya… Como le decía: Al principio fue incontrolable, al pasar un tiempo, era divertido, después era inevitable, y al final, se mudaron juntos, para ahorrar.

Claro que Atalayo ascendió en la empresa de inmediato, su experiencia en trabajos de todo nivel dentro de ella, hacían que su conocimiento fuera preciso y fácil de explotar, porque por eso asciende uno dentro de la empresa de otro, porque mientras más arriba está uno más le sacan la mierdita…, además, él siempre tuvo ideas que ahora podía poner en práctica, cómo acomodar una pequeña habitación en el almacén de urnas para el uso en conjunto con la presidencia, porque explotación con gusto no pica, jajajá..., logró también la adquisición de un porcentaje adicional de acciones de la empresa... Nada mal, pues. Bueno, admitámoslo, él no consiguió nada, todo fue idea de ella también porque si se ponía a contar con él para las cosas que no fueran de locos… Pero vamos a pararla aquí, que tanta lengua y tanto culo nos va a poner más locos de lo que estamos…

Sí hombre, mejor así, mire que ya no estoy para galas gimnásticas. Bueno, aquí como que ninguno lo está… Ja, me voy para mi casa y mañana me sigue contando.

Mejor.

Hay que ver, calidad de viejo loco este…

sábado, 21 de junio de 2008

OTRO CAPÍTULO

EL CUENTO SIGUE, NO ME SALVÉ.

Cosa tan rara esta que uno lo que quiere es estar tranquilito y viene alguien a estorbar la rutina. Menos mal que aquí metido en mi trabajo casi nadie me viene a fastidiar, pero nada es perfecto y ya se me acabó otro día de trabajo. Tal vez no esté el borrachón ese ahí y me salve de pagar más rones. Pero qué cuento tan raro me echa ese... Buenas noches don Santos…

Aquí lo espera uno que dice que tiene mucho que contarle a usted. No sé.

Cómo está amigo mío ¿todo bien por la casa?

Coño, no me salvé del borracho del carajo este…, sí, sí, todo bien, y dígame qué es eso que tiene para contarme…

Por dónde íbamos, ah, sí, estábamos hablando del forro del carro de Atalayo. Bueno:

Es gris, es gris el forro ¡coño, y se ve de buena calidad! Pero ¿qué estoy diciendo? ¿qué haces tú ahí, niñita? preguntó en voz no demasiado alta para no sobresaltar a la criatura.

Una cabecita despelucada, con las mejillas rosaditas y unos ojos grandes y adormilados, asomó por encima del forro gris y se oyó una voz aguda que muy seria preguntaba: ¿ya es de día? ¿a dónde vamos? ¿para la playa? ¿a pasear? ¿de picnic? ¿ah, ah, ah? Imagínese, uno va manejando para el trabajo por la plena autopista y que le pase una vaina así, es para cagarse del susto y de la risa al mismo tiempo ¿no?

Sí, era la pequeñita, Sabina, no por raptada sino por el día de la semana en el que nació (un miércoles, día de alguna fiesta nacional según recuerdo que me contó el borrachito pero no sé, porque yo llevaba unos roncitos también cuando me lo dijo) estaba ahí, en el asiento de atrás del carro, quién sabe desde cuando, y ya habían pasado el “punto de retorno conocido” como le decían al último punto en el que se podía regresar a casa sin desviarse dramáticamente ¿qué haría ahí? Tendría que pasar el día con ella, ya lo esperaban en la funeraria, no había tiempo para regresar a la casa, y ella estaba muy chiquita para mandarla de vuelta en un taxi, sola. Tendría que darle desayuno, sus vitaminas, lavarle los dientes...
¿Ya le salieron? Pensó Atalayo como buen padre, hablando sobre los dientes ¿no?
Si me está hablando, ya come sólidos, y si es así, ya tiene dientes... eso es lo que recuerdo de los niños... Tan pequeñita, y ya es tan precisa... Saldría a su mamá… No, niñita, ni a pasear, ni nada, vamos para mi trabajo... Por cierto ¿cómo es que estás dentro del carro?

¡Bueno, es aquí dónde siempre duermo los fines de semana! Me gusta el olor, porque huele cómo a oficina, no me molestan los mosquitos y no tengo que esperar a que apaguen el televisor para poderme dormir. Y cómo casi nadie se levanta temprano en estos días, me da tiempo hasta para salir, acostarme en mi cama sin que me molesten, puedo poner la música que me gusta en el radio del carro, es cómo mi propio cuarto... Y esto lo contestó la muchacha con tranquilidad, cómo si fuera lógico, obvio pues.

¡Así es cómo se explica el cassette de las payasitas esas que encontré en la guantera y los moñitos que había bajo el asiento, y el olor a saliva sudada! Pensé que estaba pasando algo impropio conmigo ¡menos mal! (Es que este Atalayo tiene unas vainas)… Pero tú tienes tu propia habitación ya ¿no?

Sí, pero está entre la de mis dos hermanos: Nomeolvides siempre tiene una música horrorosa a toda hora, y en el cuarto de al lado, cuando no llora una bebé, cruje la cama.

A todas estas Atalayo estaba sacando cuentas para deducir la edad de la niña, pues de pronto no la podía recordar. Comenzó por precisar el año en el que empezó a salir con Bombi Softail, su linda esposa querida... Y ese sobrenombre le queda de un bien…, si usted la viera caminando delante de usted, y si van por una subidita mucho mejor, pero no respondo por su corazón. No sé ni cómo es que estoy vivo para contarlo. Supongo que es nada más que para eso que estoy vivo.

Mil novecientos seten... ochen... ¡no sé! ¡Ah, sí! Por lo tanto fue en marzo, no, en diciembre, no casi nunca sucede en diciembre... El frío... ¡Ah sí, en julio! que medio dormidos hicimos... bueno, creo... esteeeé... aja, en el ochent... nació La florecita mayor Noteolvides, Nomeolvides, o algo... Bueno, ella, la que sí se olvida, no sé a quién salió con esa memoria... Luego en el ochen... en aquel paseo dónde nos cansamos tanto, si, la vez de la insolación en los pies... ¡coño, cuándo se está joven...!!! ¡hay qué ver!! Con el cansancio y todo, el carro accidentado, y creo que fue ahí, medio muertos, con la mayor en su sillita de bebé amarrada sobre la tapa del motor para que la niña se durmiera calientita, porque fue la vez que se nos olvidaron las cobijas, después de que le dieron la teta... Y yo me entusiasmé un poco, bueno, cosas de la juventud, la teta, esa teta, y Bombi Softail estaba demasiado cansada para decir que no. Realmente aquella tontería de que mientras se amamanta no hay preñez..., mitos populares... Si, bueno, después vino el segundo, Hijoedavid David-Son, HD, para abreviar... ¡Ah, sí!! En fin, siete años después ésta, y de eso hace ¿a ver? Seis o siete más... Total, Siete u ocho años tiene la criatura, sí, ya tiene dientes seguro ¿seguro? A ver cómo se lo pregunto sin que se sienta mal, total es una criatura y su personalidad está en formación, no se le vaya a rayar el subconsciente...

A ver... ¡Chiquita linda! ¿Te acuerdas de tu último cumpleaños, cuando alguien te regaló aquella muñeca tan bonita que bailaba Lambada...? Empezó a preguntar muy orgulloso porque el cálculo le había salido limpiecito y exacto también.

¡Papá, que fastidio contigo! Primero, eso no fue en mi último cumpleaños, fue hace seis cumpleaños. Segundo, la muñeca no bailaba Lambada, decía ¡Fuera vete ya, ni un paso atrás! Y tercero, si se te olvidó mi edad, no te sientas mal, no saques cuentas que te salen malísimas. Solo me la preguntas y ya. Después te extraña que a mi hermana se le olvide todo... Tendría que haberla visto, esa niña es más exacta que un reloj de numeritos.

Pero avergonzado y todo, Atalayo masculló una especie de disculpa entre dientes, más molesto con él mismo que otra cosa… Esto si que resulta interesante: la nenita tiene entonces... ¿Diez años? ¡Coño! ¿diez años ya?

Diecisiete, Papá, diecisiete años, nací hace diecisiete años y unos meses para que no te enredes más. Eres muy inteligente…, creo…, pero para las matemáticas, mejor ni hablar... Por eso no me gustó demasiado la ocurrencia de venir a darme una muñeca tan horrible y tonta el día de mi cumpleaños número once (para que no saques cuentas) frente a mis asombradas y burlonas amigas, y no fue “alguien”, fuiste tú. Y la muñeca no era bonita nada, era lo más pavoso que he visto en mi vida.

Atalayo pensó que mejor cerraba la boca un rato a ver si dejaba de meter la pata. No es que fuera una cosa muy nueva, o muy rara, pero ya eran suficientes las metidas de pata para esta hora del día. Y aunque no tenía idea de a cómo estuvieran cotizándose sus acciones en la bolsa filial, no quiso seguir deteriorándolas, para evitar un “crack paternal”. Se puso entonces a sacar cuentas sobre la edad de la mayor, la florecita, Noteolvides, Nomeolvides, o algo así... Diecisiete, más tres que tenía más o menos Hijoedavid David-Son, HD pues, cuando ésta nenita nació, más otros tres, por lo menos, son... Veintitrés ¡Mierda!! ¡Veintitrés añitos!!!... ¡Primaveras, digo!!! ¡Si, eso!!!... ¡y entonces! ¿cuantos tengo yo? ¿De quién coño son los moñitos y el cassette de las payasitas entonces?

Veintidós, y no le digas mierda, que despistada y todo, si te oye, se arrecha, perdón, se disgusta... Sabina respondía desde el asiento de atrás mientras se desperezaba con movimientos lentos, cómo de gato, como sabrá usted que hacen las niñas pequeñas si tiene una.

Tu tienes cuarenta y seis años recién cumplidos, mi mamá tiene cuarenta y tres largos (eso dice ella) y HD tiene diecinueve, para facilitarte la cuenta y no acabemos chocando contra algún distraído incapaz de esquivarte..., aquel camión, por ejemplo. Sí, el Mack R800 con low boy que viene cargando ese enorme payloader Caterpillar 988 y es mejor que lo esquives.

Por cierto que ese cassette y esos moñitos son de la hija de HD, tu nieta, que tiene ya tres años y medio, y se llama Victory, y las dejó en tu carro hace meses cuando se lo prestaste a HD o se lo llevó sin pedirlo, no sé no me meto, y llevan tiempo reclamándolas…(¡...!)… Sí, se casó HD. Con una muchacha más grande qué él, en todos los sentidos imaginables, además. Siempre haces ese casi comentario cuándo te enteras de ese matrimonio. Ya te has enterado, por cierto, al menos unas treinta veces, tendrás que anotarlo algún día, digo.

Claro que Atalayo Paredes hizo un inventario con las rarezas del día: despertó temprano, había una estrella nueva en el cielo, casi se meaba en la cama (bueno, esto no tan era raro. Todas las mañanas era lo mismo) se salpicó con al agua de la llave que le dio por abrir al revés ese día, hizo café y quedó bueno, Bombi Softail dormía boca abajo (esto tampoco era raro, pero no dejaba de maravillarse) se duchó con agua fría y no se le amargó la mañana... Y ahora estaba conversando, pues se habían cruzado varias frases completas sin pérdida de interés, con Sabina, su hija menor, la que no conocía y que resultó ser ¿sorprendente? Se volvió a enterar de que su hijo se había casado y ya tenía una nieta, una hija. Bueno, la hija nueva es de HD. Y yo estoy aquí escuchando a este borracho del cipote y bebiendo ron como si fuera sábado en la noche y no me estuvieran esperando en casa…, me tomo el del estribo me despido del viejo este porque si no amanezco oyéndole el cuento y mañana no puedo trabajar…

Sí, está bien, nos tomamos la del estribo como usted dice, pero déjeme que le siga contando: La cosa se perfilaba de un modo que escondía un designio secreto, estoy seguro. Atalayo tenía que desentrañar aquello. No sucedía algo así desde que había conocido a Bombi Softail, la más bella, usted no se lo puede imaginar, la que solo habla para decir la cosa más trascendente y reveladora que exista, una especie de oráculo... Bueno, esto sonó feo, está bien que lo tiene lindo, pero tampoco es como para andarle orando... Pero no me distraiga para poderle seguir contando, que ya agarré la bajadita:

Bombi Softail, siempre está un poco fuera de lugar dónde quiera que se ponga, tal y cómo Atalayo mismo se sentía siempre (aunque eso no tiene nada de extraordinario realmente, pues toda esa generación de ustedes fue más o menos educada bajo ese concepto, tiene que admitirlo usted, y todos son únicos, en masa, existen millones de únicos, desubicados y fuera de entorno, todos juntos, peinados y vestidos igualitos, no me jodan).

Ella es una mujer más bien alta para ser mujer, pero sin exageraciones, de piel morena clara y lisa cómo si fuera de mentira, ni un lunar, ni una espinilla, ni una marca, ni una peca, ni una cicatriz, créame. De rasgos agarenos y ojos almendrados parece árabe a veces, hindú otras, yekuana en otros momentos, griega o maltesa, siciliana o simplemente híbrida. El cabello negro ala de cuervo, con reflejos casi azules, largo más abajo de media espalda. Nunca tiene un pelo fuera de lugar, aunque a veces, inexplicablemente, lo llevara en un moño apretado, sin ningún reflejo cuyas dimensiones hubieran hecho pensar que tanto pelo no puede caber en tan poco moño. Unas veces lo lleva suelto cayendo verticalmente hacia atrás, inconmovible, cómo si no fueran cabellos independientes sino más bien una especie de textil. Otras veces lo llevaba un poco ondulado y con reflejos más bien rojizos tal cómo el de su hija mayor. Normalmente coincide el peinado con el estilo de ropas que lleva. El moño, con ropas muy conservadoras. El ala de cuervo, con ropas livianas, deportivas, o campestres. El ondulado, con ropas tremendamente sexy. Era en esas circunstancias en la que se le podía ver contenta con todas sus redondeces y más sonreída. Y déme será la del estribo izquierdo que me gusta como estoy hablando, tenía años que no hablaba así. Déme más ron, por favor…

Bombi Softail es un fenómeno, inteligente a más no poder, es una de esas personas que parecen reservadas por el destino para tareas superiores entre los seres humanos. Una santa si no fuera porque no lo es y también me puede creer… Atalayo nunca ha podido entender qué fue lo que ella vio en él y que la hizo empezar a ponerle atención. Pero es seguro que vio algo en él, porque nadie esconde ni un solo secreto para ella. Ella lee en todas las personas con más facilidad que en el menú de su restaurante favorito. Es un don sobrenatural, así como el hecho innegable de que no envejece. Solo sus frases lo hacen, pero ella no… ¡Coño, se pasasó! Cómo me va a decir que no envejece, ya está borracho, y yo también para seguir escuchándole pendejadas a usted: me voy pal coño…

No hombre, no se vaya, vamos a terminar esta y mañana le sigo contando…

Atalayo pensaba…, coño, venga y siéntese, déjeme terminarle esta parte, no sea terco… Le digo que Atalayo pensaba que no fue nada que le dije, ni nada que le di, ni nada que no le hubiera hecho sentir otro antes, ni nada por el estilo… Yo no me hubiera fijado en mi mismo ni de broma. Ni siquiera por interés antropológico..., ni dinero tenía en aquel entonces. Lo único es que ya había comprendido que un hombre no es solamente un accidente biológico sino que en realidad es un modus vivendi, y al entender esto, supongo, que se hacía merecedor de la mujer que más le gustara. Todos los hombres deberíamos comprender y aceptar esto…

Es más, por aquellos días Atalayo pensaba que estaba un poco mal eso de tener dinero de más (si es que existe el dinero de más cuando se trata de querer más que la simple supervivencia, que es cada vez más y más complicada) le parecía que eran cosas de gentes gordas y un poco malvadas por lo menos de intención, pero resulta que conoce más de un malintencionado magro al extremo... Ya sabe que uno repite sin pensar las vainas que oye de chiquito y así los padres y los abuelos hasta que la bola de mierda crece como si fuera de nieve solo que ni es romántica ni bonita. Está bien, me voy a sentar otro ratico porque todavía no son las nueve de la noche y porque sigue lloviendo…, está bien, no me mire así, también porque el cuento está bueno aunque se pasa de cobero…

Nojoda, no me diga cobero que no he llegado a la mejor parte de la verdad…, y no me importa que me diga lo que me diga porque la verdad es que usted está pagando los roncitos y eso le da derecho, pero no abuse…, y como le venía contando a usted: Atalayo se recordó a si mismo cómo era en tiempos de soltero, antes de Bombi Softail, y no recordó nada ¿a ver? Si, alguien me daba el tetero…, no, no tan atrás, un poco más acá... Tenía juventud y vigor, es decir, que se metía en cuánto peo podía, se emborrachaba con un día de por medio (no por descansar, sino para darse tiempo a conseguir más caña según pude entender entre líneas de lo que salía de la boca del borrachito y lo que llegaba a las orejas de este otro borracho) amanecía en cualquier parte y nunca estaba seguro de si lo hacía vestido o no. Se burlaba de todos y terminaba envuelto en las más grandes peleas de bar. No recordaba un solo pensamiento claro hasta el día en el que conoció a Bombi Softail, tan solemne bajo su ropa de médico en servicio ¿Fue después de aquel viaje a la playa dónde comimos no sé qué cosa y bebimos...¡Puaj!! Si, ¿qué era?: Ensalada de pétalos de cayena, campanilla, camarones y lechuga, con aderezo de caña clara pasada, aceite de coco y agua de mar. Acompañada de caña clara, azúcar moreno y parchita… Sí, es extraño, pero todo lo recordó bien Atalayo, tomando en cuenta lo poco real que aquello se volvió después, cuando por fin la vio.

Ella estaba de servicio en el hospital y me llevaron allá con una especie de intoxicación (era alérgico al agua de mar y los camarones en la ensalada, se enteró de eso ese día, estoy seguro) Me atendió un poco de mala gana porque no olía muy bien yo, quiero decir. Era natural, me llevaron al hospital unos tres días, me dijeron, después de que se presentaron los primeros síntomas (vómitos y diarrea) porque no había modo de agarrarme sin salpicarse, y de mis amigos de entonces se podía decir cualquier cosa, menos inescrupulosos... Dejaron entonces que me vaciara y que se me secara bien la costra que me quedó por fuera después de revolcarme en un pajonal, para poderme meter en la parte de atrás de un camión ganadero y llevarme al médico. Resulté una especie de bahareque móvil. Por el camino, el sol terminó de secar la costra y cuándo llegamos al hospital ya podía tenerme en pie solo, si me dejaban recostado a una pared, un poste, o un árbol.

Lo dejaron directamente en la morgue, pues a través de la costra no se le escuchaba el latido del corazón, además, era obvio, por la cantidad de moscas que le acompañaban, que algo no andaba bien por ahí dentro, dónde quiera que fuera. Fue ella quién se acercó, lo pinchó con un bisturí y notó que había una reacción no compatible con lo que ella sabía de los cadáveres, esto encendió su curiosidad ¿estaba o no estaba muerto ese que le trajeron? Los occisos no sufrían de diarreas ni de vómitos, ni cantaban “Lucy in the sky with diamonds” al modo “new age”... Había algo inusual ahí y ella lo notó, se interesó... Pinchó con fuerza entonces, y eso le dejó una cicatriz grandota del lado izquierdo, sobre el corazón. Aunque él cicatrizaba bien, el sucio que tenía encima en aquella ocasión ya lejana, parecía, según le dijeron, que influyó un poco en la infección que le agarró ese corte después y que de algún modo le produjo una especie de queloide ennegrecido como un tatuaje mahorí.

Bombi Softail... La doctora forense Bombardina Rojas, en ese entonces de moño apretado, se acercó equipada con ropas apropiadas y botas de goma, con la manguera del sistema contra incendios abierta a máxima capacidad y aplicó la terapia precisa para esos casos, a conciencia. Llamó después a unos camilleros del psiquiátrico de al lado. Me extrajeron del rincón dónde quedé incrustado después del profundo lavado, y me trasladaron a la parte de los vivos en la emergencia del hospital.

Allí no había personal disponible, pues había una huelga y los pocos que trabajaban estaban almorzando y todas esas cosas, entonces ella tomó parte de su ropa (el impermeable, parece) me envolvió la frente, cómo si fuera un turbante, y una manga que aun quedaba libre, me la metió en la boca, lo que resultó perfecto cómo remedio contra los vómitos. Parece que los médicos no usan esos recursos ya. Unas horas más tarde pasó de nuevo a ver cómo estaba mi salud, me contaba el viejito con lágrimas en los ojos, por la fuerza conmovedora de los recuerdos y lo que se perfilaba como una pea llorona… Se interesó en mí desde el primer momento… Tenía una mística de trabajo sorprendente…, inclusive siempre viene a mi memoria algo que ella solía repetir: “Al volver del trabajo debes sentir la satisfacción que ese trabajo te da y sentir también que el mundo necesita ese trabajo. Con esto, la vida es el cielo, o lo más cercano al cielo. Sin esto –con un trabajo que desprecias, que te aburre y que el mundo no necesita—la vida es un infierno”... El borrachito estaba como transfigurado, no sé si estaba borracho o en trance, lo que sé es que a mí hasta la lluvia dejó de molestarme para oír, todo estaba ensordinado, lo único que escuchaba era la voz de sacerdote del viejito mientras continuaba con su relato:

Dio ella misma, en aquel entonces, las instrucciones a una enfermera que estaba por ahí, sacándose las cejas con unas pinzas de suturar, para que lo volvieran a lavar, pues lo de los vómitos se controló gracias a las habilidades de Bombi Softail, pero de la diarrea nada. Ella misma le hizo beber algo que le supo a Atalayo, cómo a bloque de cemento, y le amenazó con ponerle el suero intravenoso, que con los restos de la costra, quién sabe qué consecuencias pudo haber tenido aquello... Pasó ella, varios días después (o eso le pareció a Atalayo) y se molestó mucho con la enfermera, la de las cejas, o con otra, la de las uñas, porque no me habían lavado aun.

Ya, para ese entonces, Atalayo había recuperado la lucidez, pero no la que tenía antes de todo este zaperoco, sino una nueva, que se sentía cómo si hubiera traspasado la irrealidad y le saliera por el otro lado.

Una lucidez única, escuchaba los sonidos y podía saber qué los había producido. Olía los olores y distinguía el cigarrillo del olor a cabello quemado, el alcohol isopropílico del olor del vodka, la diarrea del vómito aunque no era fácil. Tocaba la camilla y sentía que había un lado frío y uno más cerca, tibio. Tenía una parte lisa y una pegajosa y esponjosa, y conocía la diferencia, solo tenía roto el forro... Estaba lúcido, cómo ahora... Terminé saliendo con la doctora forense que me atendió, que me sacó de entre los muertos, ya que me envió de la morgue dónde me habían dejado, a la emergencia del hospital. Claro que al principio solo salí con ella hasta la acera frente a la emergencia, pero luego, con el tiempo, fue naciendo una amistad, más bien una familiaridad, porque siempre volvía allá con unos síntomas parecidos (nunca me curé del todo de aquellos trastornos digestivos) y era su tratamiento lo que me terminaba aliviando.

Un día en el que ella me miró, me atreví a sonreírle (creo que fue una reacción involuntaria producto de lo fría que estaba esa vez el agua del sistema contra incendios) y ella me respondió la sonrisa (a veces me parece que lo que hacía era apretar los diente por el esfuerzo de sujetar la manguera que ese día llevaba más fuerza de lo habitual, unas 130psi, creo que leí en alguna parte, que era la presión de operación del sistema contra incendio ese) El caso fue que cruzamos un par de palabras, ajenas al caso, más allá de un simple: -“Date vuelta para quitarte la costra del otro lado”, y comenzamos, poco a poco, a compartir chistes, comentarios, recetas de cocina (descubrí que le gustaba cocinar, yo no sabía nada del tema, y sigo sin saberlo, pero conseguí un libro de comida vietnamita en un tarantín de buhoneros, lo compré, me lo estudié, lo memoricé al caletre y logré hablar más o menos a su altura) hablamos de contaminación ambiental (no sabía que había alguien interesado en el tema, es más, no conocía la existencia del tema) terminamos riendo entre nosotros ese día. Había nacido algo ahí, y mi nueva lucidez me decía que llevara las cosas con calma, yo hacía caso de mis consejos y todo salía bien.

Descubrí que era casada, sin hijos y que tenía un suegro millonario. Bueno, no descubrí nada, ella me lo dijo una tarde después de merendar unas empanadas en la grama frente a la morgue, lejos de las moscas. No se sorprendió Atalayo con aquella revelación, más bien coincidía con el hecho de que un tipo alto, bronceado, bien peinado y vestido a la moda de los ejecutivos caros, en un lindo Mercedes deportivo plateado y con la tapicería color vino tinto, la venía a buscar por las tardes y salían tomados de la mano, ella con su cabello de ala de cuervo corriéndole por la espalda, y mirándose a los ojos con esa mirada de miopes sin anteojos que buscan a lo lejos, la que ponen los protagonistas de las películas románticas del Hollywood de los cincuenta...

--¡brrrrr, que rabia aquello!!!-. Si, seguía lúcido...
Pasó el tiempo y empezaba a establecerse una rutina: ella se iba con el tipo alto, él vomitaba y cagaba cómo un enfermo hasta que realmente lo estaba, lo metían al hospital, esperaban la mañana, ella llegaba, le daba el baño con la manguera contra incendios, los loqueros lo pasaban a la emergencia con el trapo en la boca y una nueva modalidad que consistía en un corcho de botella metido en el culo para lo de la diarrea, salía después de mediodía para merendar las empanadas en aquél sitio de grama frente a la morgue (si bien el sitio se localizaba a sotavento de la morgue y esto evitaba que las moscas volaran hacia allá. El olorcito sí que llegaba pero no molestaba pues ambos habían olido en la vida cosas peores) venía el tipo alto a buscarla, y vuelta a empezar.

¡Hay que ver que la rutina si que proporciona estabilidad en la gente, comentó el borrachito así de repente, es algo bonito. Entornó los ojos y dejó de hablar… Yo estuve unos minutos pensando en lo que me había contado y por una parte quería que se callara la boca para poderme ir, pero por otra parte quería saber más.

Pasaron unos buenos diez minutos y el viejo parecía haberse vuelto de corteza de árbol, de roble, no sé, pero como parecía que no iba a hablar más esa noche pagué y me fui. Qué llovizna tan fuera de temporada, además fría. No es común.

sábado, 14 de junio de 2008

UN CAPÍTULO

COMIENZA EL DÍA.

Todo esto es sobre mi amigo, un buen amigo que hice de la manera más extraña: por boca de terceros pues nunca lo llegué a ver hasta dónde sé. Un amigo que saltando este detalle es como todos los demás pero que no se parece a ninguno y al final no tiene nada de extraordinario, si no fuera por el muy pequeño detalle de parecer haber nacido en otro planeta, en el espacio sideral, en Plutón, creo... Él, no nuestra amistad.

Y fue en la esquina opuesta a mi taller de trabajo, donde hay una casa colonial muy venida a menos como el color de su fachada que alguna vez fue amarilla pero que ahora ni se sabe, en la que funciona un bar tan vetusto que visito todas las tardes antes de irme a casa, que un día cualquiera comenzó a colarse un borrachito al que le debo haber parecido accesible, y que sentándose a mi lado en la barra comenzó a echarme este cuento. Yo, a fuerza de escucharlo terminé viviendo, de algún modo, dentro de su historia.

Al principio le invité un ron porque estaba lloviendo y me dio tristeza la cara de húmedo desamparo que estaba poniendo el viejito. Pensé que si le pagaba la caña él me dejaría tranquilo en mi rutina. No fue así, me dijo que me contaría algo que pagaría de sobra ese y mil vasos de ron, y comenzó a hablar como un balde lleno de frases que alguien hubiera volteado poco a poco.

Por eso me hice amigo de Atalayo Paredes, me identifiqué ni sé por qué con su vida que es una vida normal para ser de Plutón, es decir, para no ser de aquí. Llegué a entender que Atalayo es un tipo normal, que tiene su bigote, su perro, su familia..., con una vida normal, decía..., de edad mediana, que es la edad que se le atribuye a cualquiera y que tiene todo aquel que empieza a notar algo extraño en lo habitual.

Es uno de esos hombres que no tienen nada resaltante: una estatura mediana, de complexión ex-atlética, cabellos castaños quemados de sol, piel morena clara (también culpa del sol), ojos café oscuro muy hundidos, barba cerrada aunque esté recién afeitado, nariz que recuerda la dominación árabe en el mediterráneo, el andar medio encorvado y arrítmico de esos que cuando le da hipo, parece que estuviera enviando un mensaje con el tam-tam..., un tipo, que si se lo encuentra uno en la calle siempre parecerá un viejo conocido aunque jamás lo hayas visto.

El cuento del borrachito empieza en un punto en el que Atalayo se levanta de su cama por la mañana y comienza a encontrar detalles que no había visto, tanto así, que duda de que se levantara al lado de la misma mujer con la que se acostó, cree, la noche anterior.

Se da cuenta de que el baño tiene las paredes recubiertas con una cerámica blanca que tiene un diseño cómo de tela de arañas que se repite cada ocho cuadraditos, y esto lo nota mientras está sentado tratando de expulsar algo que se resiste a salir.

Se da cuenta de que la llave del agua fría y la del agua caliente abren a contra giro, es decir una gira para un lado y la otra gira al contrario de manera que si las agarra con las manos cruzadas, la mano derecha en la llave izquierda y la izquierda en la llave derecha, ineludiblemente se salpica la camisa...

Se da cuenta de que todo lo que le ha ocurrido durante su vida, ni es casual, ni es culpa de los demás, ni tiene nada de extraordinario...

Todo comienza así pues, cómo me contaba el borrachito después del tercer ron porque el whisky lo desanimaba: El amigo Atalayo Paredes se despertó una mañana muy temprano aun oscuro, pero perfectamente despierto, lúcido. Miró por la ventana que está junto a su cama y vio una estrella grande, luminosa como una luna pequeña que no había visto nunca, o por lo menos no se había dado cuenta de que estuviera ahí. La estrella estaba del lado del amanecer, hacia oriente, casi tan alta cómo el borde superior de la ventana y fue desapareciendo a medida que el sol levantaba... La siguió hasta que desapareció en la claridad del día. De pronto cae en cuenta de que debe levantarse para hacer todo lo que hay que hacer ¿Qué era lo que había que hacer? ¡Coño, no me acuerdo! Pero es algo urgente, o algo así ¡Ah, ya! me estoy meando.

Estando en eso oye un débil quejido a su lado y voltea sorprendido ¿Pero quién es esta señora? ¿Qué hará aquí? ¿Será que me metí a loco y me traje una tipa para la casa? ¡pero me voy a enredar en un peo horrible! ¡Que bruto me he vuelto! ¡pero si yo nunca hago esas cosas! ¡hay qué ver! Ya va, que esta me parece conocida... ¡bíiiicho, si es mi esposa! ¿se me estará ablandando el cerebro con la edad? ¿cómo es que no voy a reconocer a mi mujer? si se entera de esto se va a poner muy triste.

Mejor me levanto y voy al baño, porque si no la tristeza la va a agarrar por tener un marido que ya se mea en la cama, que se puso así de viejo, y ¿quién me quita la chapita?

Y podrá pensar usted si quiere que el amigo es uno de esos varones domados, o de los otros que se esconden tras el carácter de la esposa para justificar cualquier cosa ya sea que la hicieran o no. Pero de ningún modo es así. Ni su esposa tiene mal carácter ni él necesita escudo, lo que pasa es que a veces la gente dice las cosas sin pensarlas mucho igual que un loro, y por eso es que no me gustan esos animales, aunque este último comentario no venga al caso, son vainas del ron, que con todo y eso es mejor que el whisky porque no lo pone irresponsable a uno. Yo, bueno, yo soy y no soy un buen ejemplo aunque no fue el ron el que me puso así. Fue un problema que tuve por culpa del whisky y que a raíz de eso me abandonaron mujer, hijos y amigos al mismo tiempo…, pero déjeme seguirle contando mi cuento:

...Atalayo se va al baño, mea por fin, salpica la parte de la tapa de la poceta que sirve para sentarse pero que hay que levantar para hacer pipí, aunque igual la salpica porque no la había visto nunca. Rápido la seca con un papel absorbente de esos que no absorben un carrizo y que no le cambian el nombre para poderlo seguir vendiendo caro, o tal vez, porque no se le había encontrado uno mejor.

Trata de abrir la llave del agua y no puede, la condenada está cómo pegada, se molesta y comienza a darle en los dos sentidos y resulta que la maldita abre al revés, toda el agua sale junta y se salpica la camisa de la piyama... Es cuándo nota lo que decía sobre abrir a contra giro y todo lo demás.

¡Caray! ¿qué pasa hoy? ¡Todo está raro! Termina Atalayo sus rutinas de aseo personal porque gracias a Pavlov no tiene que recordar que hay que lavarse los dientes y afeitarse todas las mañanas, y saliendo del baño mira hacia la cama dónde aun duerme su esposa. La miró (Bombardina, Bombardina Rojas es su nombre, pero en la intimidad es Bombi Softail y no me pregunte más) quién dormía boca abajo y no pudo dejar de notar, una vez más, el par de nalgas hermosas de su mujer ¿Cómo fue que no la reconocí cuándo me desperté? obviamente no miré en la dirección correcta, supongo. Y es que frente a ese tipo de lapsus, lo mejor es restarle importancia para que no se enquiste.

Ese asunto del trasero de la esposa de Atalayo es un asunto serio, óigame usted, con todo respeto también, y págueme otro roncito que todavía es temprano, como le digo: el caso más contradictorio que había conocido él. Era un asunto de otro mundo y no me malentienda, redondo, en su redondez precisa así como el de aquella que va allá pero más bonito. Sí, bonito, bonito ese rabito: firme pero suave al tacto, bamboleante sin rebotes, cómo si fuera un experimento de ciencia ficción gluteíca, por así decirlo, es que me quedo corto con las palabras y eso que no estoy bebiendo sino ron.

Atalayo sabía que ella estaba consciente de los sentimientos que despertaba esa zona de su anatomía en la mayoría de las personas, sobre todo en las del sexo opuesto, pero ella, o lo había olvidado, o le molestaba que fuera así, o simplemente le estorbaba, cómo si fuera una carga en el mal sentido de la palabra. Aunque en ciertas ocasiones explotaba con mucho éxito ese atributo y se le podía ver muy reconciliada con tamaña posesión. Y no tratemos de entender esto porque la que no tiene lo quiere y la que tiene se lo quiere quitar.

Otras veces parecía más un pesar que una alegría lo que entendía nuestro amigo que le producía a ella esa inevitable e irrenunciable característica. Sin embargo era una realidad que a veces se podía palpar, si existía el humor y las condiciones en general para ello. Amalaya digo yo, no, estoy hablando de Atalayo, lo que pasa es que entre la conversa y los recuerdos se me enreda la lengua. Perdone que sigo.

Le estuvo mirando el culo, perdón qué lengua la mía, las nalgas, el trasero…, por lo que le pareció a él una eternidad, hasta que el hilo de su distracción se rompió por un sonido mañanero de esos que están a mitad de camino entre quejido, susurro y accidente gástrico.

En ese momento Atalayo salió casi huyendo, sintiéndose un poco culpable por estar perdiendo el tiempo en evaluaciones entrometidas y deontológicamente incorrectas sobre la anatomía ajena porque así pasen mil años y mil cosas más ese rabo es de ella, diciéndose que mejor se prepara un café y piensa en otra cosa: La cafetera estará por ahí a mano y no es un asunto tan complicado de resolver. Un café, un poco de azúcar... ¿dónde estarán metidos? ¡Ah! ¡en su sitio, claro! ¿cuál es el qué es su sitio? Un poco de esto, otro poco de aquello... y tras una breve espera: ¡mmmmm! Quedó bueno.

Se duchó luego a toda prisa, con agua muy fría y no por gusto, es que siempre se olvidaba de encender el calentador de agua (que es de gas) antes de desvestirse y haberse mojado, entonces para ahorrar tiempo y porque le quedaba bien por burro se terminaba de bañar sin agua caliente. Siempre lo mismo. Cada mañana lo mismo. Por lo menos ya había aprendido a meterse al baño con la toalla para no tener que pedírsela a gritos a Bombi cada vez. Bueno, hizo dos cosas, mandó a instalar unos estantes en el baño donde siempre había toallas secas, y por si acaso, aprendió a escurrirse y secarse con la ropa de dormir para no molestar a nadie con su mala memoria. Un buen hombre en el fondo, yo que se lo digo. Se vistió con lo primero que agarró: unos bluyines y una franela blanca de manga corta, zapatos de lona sin medias... Lo de siempre... Y a la calle antes de que despertara la tropa, es decir la esposa y los hijos, tres para ser exactos. No sé si lo estoy molestando con tantos detalles, lo que pasa es que quiero que entienda bien cómo es esta gente, quiero que me crea, quiero que se le haga fácil la vida.

Atalayo y Bombi tuvieron un varón y dos hembras, los hijos, digo. El varón es el segundo hijo, y tiene una extraña y gran habilidad con los carburadores (casi brujería) y con la comida exótica, además de un sentido del orden y la responsabilidad, que si no fuera porque lo conozco y por lo de los carburadores, yo dudaría de los mandos naturales del muchacho, y me refiero a su hombría, porque la gente tiende a hablar mucha paja sin saber.

Él habla poco y en ráfagas, aunque parezca estar pensando en otra cosa tiende a decirlo todo con precisión, condensado, espeso, cómo una salpicadura hecha con algo hervido durante varias horas, y en tono nasal. Es un poco más alto que su papá. Tiene el cabello largo y liso, y casi rubio. Es de hombros anchos y camina cómo un gato (no hace ruido) aunque calce sus botas tejanas de motorizado pegado.

Es blanco y pecoso. Tiene la piel como de bebé, parece que nunca le dio un rayo de sol. Usa camisa a cuadros y bluyines pulcros con la rayita de la plancha y todo. Además para colmo se los plancha él mismo, no le digo…, además de lo que dije sobre las botas de cuero. No sabe bailar, no puede, cuando lo intenta siempre es bajo la influencia de muchísima presión, o alcohol en la misma proporción. Pero lo más cómico son sus dientes que son pequeños y de color raro, parecen dientes de leche pero mal cepillados. Quién sabe.

La hija mayor es un completo desastre, suele dejar la ropa interior en la sala, o dónde caiga, es el colmo de lo olvidadizo, se pierde dentro de su propio cuarto, pero es dulce y perspicaz siendo incapaz de resolver nada por si misma y ni siquiera baja la poceta completamente, digo que hasta ahora fue así, y los que creen conocerla pondrían sus bolas al fuego por esto..., qué lenguaje el mío, pero perdóneme que no soy más que un borracho callejero…, y a quemarse se ha dicho.

Lo que sí le digo de ella es que si se logra interesar, entiende cualquier explicación sobre lo que sea a la primera pero se le olvida de inmediato, habla hasta por los codos de cualquier cosa, entretiene a todos, es graciosa se puede decir, buena copiloto en los viajes largos por carretera, sirve el café, consulta los mapas, chequea el nivel de combustible, la temperatura del agua, la presión de aceite, la velocidad crucero... Sospecho que no tiene idea de qué quiere decir cada instrumento pero es indudable que sabe dónde debe estar cada agujita para que signifique que todo está bien. Y sé que usted se está preguntando que de dónde saqué yo todo este montón de pendejadas, pero yo le digo que sé de qué estoy hablando. Y no me haga arrechar y me brinda otro roncito que me estoy enratonando ya.

Ella es alta cómo su madre, pero flaca. No torneadita cómo Bombi Softail. Esto no quiere decir que no tenga sus curvitas, es que la madre en eso le lleva una morena y deje los malos pensamientos que esa niña es como una hija para mí. Bueno, es un decir... Le decía que ella es flaca, alta, tiene el pelaje casi negro con reflejos rojizos inexplicables como si tuviera alambre de cobre mezclado con el pelo, largo y ligeramente ondulado. La piel es cómo la de su hermano, pero menos cuidada. Los rasgos son ¿cómo decirlo? más bien cinéticos. ¿Que qué quiere decir esto? Bueno, que cambian según el ángulo desde el cual la mires y si lo haces estático o en movimiento, el humor que tenga, si comió, si ya fue al baño..., esas cosas.

La otra hembrita, la menor de la casa, bueno, de ella sé poco en comparación a lo que es realmente: es la más pequeña en todos los sentidos, tiene el cabello muy claro y muy liso, corte tipo Cristóbal Colón, ya sabe, del que aquí llamamos de totuma pero con pollina. Es la más blanquita de todos, y la más pecosa. Tiene los dientes raritos, así medio irregulares, y usa lentes para leer. Es muy menudita, poquitica cómo una locha de café. Tiene un carácter soterrado y es un poco amargada, pero solo por timidez. Generalmente es difícil para todos descifrarla pues habla poco, sonríe menos, casi no hace ruidos, salvo a veces, que ronca un poco cuando duerme y pasó que ese día tan raro en el que salió Atalayo temprano a trabajar, mientras iba manejando su carro rumbo a la funeraria... Sí, la familia tiene una funeraria y no me pregunte nada que con toda seguridad le voy a contar ese cuento también pero déme chance… ¡Coño! ¿Qué son esos ronquidos? ¿será el cardán o el carburador? tendré que hablar con HD sobre esto, y me dijo que lo había revisado.

Ubica el sonido en el asiento trasero del carro, mira allí cambiando la posición del espejo retrovisor central y ve a su hija menor durmiendo, bueno, despertando en el asiento de atrás, arropada hasta las orejas con el forro que habían comprado hace años para proteger el carro del sol y que nunca se usó porque el estacionamiento es techado, pero que seguía de cualquier manera regado en el asiento trasero…

Mire amigo, yo me tengo que ir, no le dije a mi esposa que llegaría tarde a la casa y se va a preocupar. Bueno, está bien, vaya tranquilo pero déjeme pagado un roncito. Cómo no, don Santos, sírvale otro roncito aquí al amigo por favor ¿cuánto es? Docemil. Aquí tiene. Hasta mañana… Sí, sí, vaya tranquilo y mañana le sigo contando. Está bien…, sí, mañana…

Qué viejo tan fastidioso, me echó a perder el rato de relajación.

jueves, 12 de junio de 2008

PRÓLOGO QUE MÁS O MENOS EXPLICA EL PRÓLOGO QUE SIGUE.

Hará cosa de siete años me di cuenta de que me salía divorcio (como en efecto para mi ventura, y la de los demás involucrados, salió) y que el asunto era inminente, ineludible, necesario hasta lo imprescindible, y todo aquello que es una revelación en ese ámbito de la vida.

En consecuencia empecé a dar todas las patadas de ahogado que damos lo que nos vemos en esos paquetes que van desde echar el resto como para que no digan (pa’ que no diga uno será ¿no?) hasta ir viendo con el rabito del ojo dónde puede ir uno a dar con sus huesos tras la decisiva salida con el morralito y las cuatro pendejadas de rigor.

Ese trámite me llevó algunos años (más o menos dos) en los que hice y me pasó de todo. No abundaré porque no tiene sentido a estas alturas sobre todo porque hay una que otra cosa de las que no se ventilan así, tan públicamente como será fácil adivinar. Además todo está en la bitácora del barco que nunca zarpó, pero que alguna vez publicaré. Tal vez cuando Natalia sea mayor de edad. No sé.

Pero a dónde quiero llegar es a que en medio de la crisis de los cuarenta en la cual anduve (como casi todo el mundo) medio deprimido por culpa de la distancia abismal entre lo que siempre planeé para cuando llegara a esas alturas de la vida y lo que realmente vivía, en la que me dio por no quererme ni bañar ni afeitar y una que otra cochinadita inocente más o menos en medio de la soledad, también me dio por escribir un libro que debería ser más o menos una deconstrucción de mí mismo principalmente para ver si así lograba entenderme pues soy un convencido de que no hay nada qué buscar afuera.

De manera tal que comencé, en mi inexperiencia pero al mismo tiempo en el deseo de que no se me quedara nada en el tintero, por escribir el prólogo. Sí, un prólogo del autor... Sé que es un disparate si se le mira descontextualizadamente (vaya una palabra larguirucha ¿no?) pero es que no soy bueno en materia de la metodología ortodoxa y por eso uso una inventada: explico lo mejor posible lo que voy a hacer (para que no se me olvide para dónde iba) y luego arranco.

Es importante que aclare todo esto para no crear confusiones porque así escribía yo hace cuatro o cinco años…

Ahora sí:

PRÓLOGO

Llegué a pensar que el sexo era una cosa mala cuándo noté que depende de las condiciones ambientales, sociales, políticas y económicas, pero es la vida moderna y qué va usted a hacerle: para echar un polvo habría que consultar la bolsa de Wall Street y la de Tokio, el clima en el continente, la tendencia y el color político del gobierno, la cotización del dólar, las cuotas pendientes del carro, la casa, el condominio, la luz, el agua, el derecho de frente (y de costado) las inversiones en divisa, la temperatura y humedad local (imprescindible) el estado físico general, el momentáneo cansancio, biorritmo, el horóscopo, las estrellas, la ubicación y ocupación de los hijos (asegurarse de qué ya terminaron de comer, se acostaron a dormir, y que en efecto, lo hayan hecho) y demás habitantes del entorno.

Si hay que chequear también la salud de los progenitores, la frecuencia de los sismos alrededor de las fallas geológicas más cercanas, la higiene corporal, el humor (que generalmente es malo por vigilar tanta vaina) los olores de la lencería y demás trapos, niveles de luz, digestión (una tiradita con las tripas revueltas, de seguro, acabará mal) los niveles etílicos (que deberá tender al olvido, cada quién sabrá)..., resultará un enredo, en resumen.

Me extrañaría muchísimo que alguna vez alguien haya podido reunir siquiera la mitad de los requisitos. Se ve que es mucho el tirador furtivo e ilegal.

El problema está en que estas hormonas modernas no son, ni por asomo, las qué imaginé para estas alturas de mi vida.

Nada es, al final, lo qué se pensó al principio. Las glándulas han de ser político compatibles, además de todos y cada uno de los factores externos antes mencionados. Un escándalo. No que sea esto así, sino que haya tenido que vivir tantos años para darme cuenta de esta vaina. Desde ahora miraré esto del sexo con más respeto, porque algo que es tan comprensible cómo la teoría de los fractales, además de cuántica, es una vaina arrecha...

Hay que verla cómo se ve el misterio de la Santísima Trinidad: una cosa superior, incomprensible, ilógica, pero que es así y punto.

Pero no es sobre este tema tan escabroso del que se va a escribir en esta historia (lo que pasa es que ando arrecho hoy {este hoy data de hace más de cuatro años}) aunque algo de eso habrá seguramente, pues de vez en cuando estas cosas suceden en la vida de cualquiera.

Ya veremos, el tiempo va pasando y sí hay cambios. Algunos no nos gustan, pero están ahí renovándose constantemente con ingenio infernalmente inimaginable.

Entre todas las cosas desagradables que traen el pasar de los años y el aumento de la edad, hay una no tan mala, si se mira bien: es que los ratos de lucidez son más largos y estables, no hay tanto parpadeo en la señal. Y lo menos malo es que esta lucidez no es amarga como suele ser la realidad, sino que es cómo es y punto. Ya lo dije: cuántica..., no, más bien caótica porque si una puta mariposa bate las alas en el Mato grosso y al despiporre con la cotización del Yen, el caos hemisférico ¿qué digo? ¡mundial! Y por una mierda de alas de mariposa…, no quiero saber lo que pasaría si llegan a ser las de un zamuro ¡coño, a agarrarse! digo ¿no?

Total que mejor no me preocupo demasiado por lo que haga yo, porque si la condenada mariposa me va a ganar la delantera y se va a tirar la economía mundial de todas formas ¿se imagina usted si protagonizo algún accidente gástrico, digamos, en el Chimborazo? Ríete tú del meteorito de Yucatán...

Yo, personalmente, estoy convencido de qué si no vivimos en un universo sino qué coexistimos en el multiverso cuántico, que transcurrimos en la espuma esa, qué si yo soy yo aquí y muchísimos otros entes paralelos simultáneos o no ¿de qué me preocupo? Algún yo estará teniendo buen sexo (sea lo que sea que sea esto {coño, menos mal que me divorcié ¿eh?}) ahora y en todo momento.

Puede ser que algunos de esos “yo” y “ustedes” paralelos ya sean millonarios, o ascetas iluminados, santos, o incluso abogados y cirujanos plásticos, periodistas de sucesos, o hasta presidentes de algún país del tercer mundo cuántico-paralelo, o psíquico andrógino ¿quién sabe? Tal y cómo se decía del imperio aquel, dónde nunca se ponía el sol... No sé, cualquier cosa...

Al diablo con los dinosaurios, y el sexo... Cero sutilezas, hermano, que si no hay de aquello, no se sabe lo que se evita, pues pueden haber consecuencias más complejas con los brincos del apareo que con el aleteo del lepidóptero multifacético, así que de pronto hasta se salva la humanidad con esto de la abstinencia.

¡Heroico! ¿quién iba a decirlo?

Pero ya se dijo en algún párrafo anterior a este: No es de eso nada más, de lo que se hablará aquí.

Así comienza la historia sobre las peripecias de un hombre situado fuera de su entorno natural, algo así cómo que a un hombre de Plutón lo llevaran con los ojos vendados y lo soltaran en la Plaza Bolívar de alguna parte: en Plutón mismo por ejemplo... Y llegado directamente de otro punto de partículas que interactúan dentro del multiverso aparece casualmente la historia que nos ocupa.


EPÍLOGO DEL PRÓLOGO PORQUE NO QUEDA MÁS REMEDIO:

No hay que intrigarse mucho con todo este asunto, lo que pasa es que escribí casi todo el libro de un tirón hace eso: como cuatro años. Lo malo es que no escribí el último capítulo.

Como suele suceder, las personas que saben de este libro inconcluso me preguntan con o sin malignidad porque hay de todo en la vida, sobre cómo va mi libro.

Y no es que esté bloqueado ni nada, lo que pasa es que en medio de la crisis de los cuarenta no se me ocurría un buen final y bueno, han pasado los años y la crisis, y ahora sé que sí puedo terminarlo porque en el transcurso y después de buscar mucho en ciencias y conciencias he encontrado una respuesta que me cuadra sobre este tema peliagudo que tiene que ver más con la definición del bien y el mal que con la existencia real de estos dos.

Lo digo porque desde que nací hasta hace cosa de unos días me sentía una persona mala, o por lo menos con una tendencia pronunciada que me hacía malo. Malo en esencia, cruel y tramposo, mala semilla, diabólico.

No voy a echarle la culpa a la programación neuro lingüística que me atizaron porque creo que eso no fue el origen sino una consecuencia que tal vez sí, sí reforzó el asunto, pero no lo causó.

Hace poco conseguí una respuesta que me convenció más que mis terapias sicológicas, mis lecturas y conversaciones filosóficas limitadas por la imposibilidad de definirme el bien y el mal, mucho más que cualquier absolutismo encajonado por una lógica estéril…, resulta que por esa manía que tengo de andar con los oídos puestos escuché algo sobre el todo (que no tiene que ver con una antonimia de la nada) en la cual está incluido todo. El bien y el mal también. Por lo tanto creí captar que están dentro de lo mismo y no son opuestas sino una simple decisión que tiene que ver más con lo que uno quiere y le interesa, y no con un designio o una instrucción de un ente que no puede existir porque su existencia provocaría su propia destrucción.

Por lo tanto no soy malo, solo fui un inconsciente con conciencia. Una especie de contradicción que explicaría por qué me molesta tanto lidiar las contradicciones de los demás. La vaina más fastidiosa que uno ve en los demás resulta lo peor que uno tiene según el propio criterio. Es algo así como la luz que nos ilumina el camino que tenemos que transitar para ser mejores. No la oscuridad de la que debemos huir.

Entre la luz y la oscuridad, escojo la luz. Todos los días, a cada momento…

Lo que pasaba (con este libro) porque siempre pasaba algo, es que todo el tiempo tenía algo mejor qué hacer y tal vez evité sistemáticamente sacar el momento para ponerme en el asunto principalmente porque le perdí el hilo y el estilo. Pero ha cesado ese sofisma debido a que su misma centrífuga hizo que se le saliera la porquería por las grietas, por lo tanto ha llegado el momento de echarlo lejos.

Entonces, en vista de eso lo iré poniendo aquí en el blog por capítulos hasta que llegue a ese punto en el que no hay más y me vea estimulado a terminarlo.

Así, que de no tener nada mejor que reseñar, los próximos no sé cuántos capítulos publicados en este medio será mi libro, mi novela, la deconstrucción de mí mismo que viene a ser el mundo que me rodea por dentro y por fuera.

Todo lo que ahí se consiga realmente existe. No hay ni un solo embuste.
Y se llama:


LAS TRES ESPOSAS DE ATALAYO PAREDES.


P.D.: acepto mamadera de gallo…, por favor…

mirones

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Guiñol de la realidad verdadera pero de la que se percibe con el rabito del ojo, porque digamos que es más fácil así evadirse del engaño..., o algo por el estilo.