sábado, 14 de junio de 2008

UN CAPÍTULO

COMIENZA EL DÍA.

Todo esto es sobre mi amigo, un buen amigo que hice de la manera más extraña: por boca de terceros pues nunca lo llegué a ver hasta dónde sé. Un amigo que saltando este detalle es como todos los demás pero que no se parece a ninguno y al final no tiene nada de extraordinario, si no fuera por el muy pequeño detalle de parecer haber nacido en otro planeta, en el espacio sideral, en Plutón, creo... Él, no nuestra amistad.

Y fue en la esquina opuesta a mi taller de trabajo, donde hay una casa colonial muy venida a menos como el color de su fachada que alguna vez fue amarilla pero que ahora ni se sabe, en la que funciona un bar tan vetusto que visito todas las tardes antes de irme a casa, que un día cualquiera comenzó a colarse un borrachito al que le debo haber parecido accesible, y que sentándose a mi lado en la barra comenzó a echarme este cuento. Yo, a fuerza de escucharlo terminé viviendo, de algún modo, dentro de su historia.

Al principio le invité un ron porque estaba lloviendo y me dio tristeza la cara de húmedo desamparo que estaba poniendo el viejito. Pensé que si le pagaba la caña él me dejaría tranquilo en mi rutina. No fue así, me dijo que me contaría algo que pagaría de sobra ese y mil vasos de ron, y comenzó a hablar como un balde lleno de frases que alguien hubiera volteado poco a poco.

Por eso me hice amigo de Atalayo Paredes, me identifiqué ni sé por qué con su vida que es una vida normal para ser de Plutón, es decir, para no ser de aquí. Llegué a entender que Atalayo es un tipo normal, que tiene su bigote, su perro, su familia..., con una vida normal, decía..., de edad mediana, que es la edad que se le atribuye a cualquiera y que tiene todo aquel que empieza a notar algo extraño en lo habitual.

Es uno de esos hombres que no tienen nada resaltante: una estatura mediana, de complexión ex-atlética, cabellos castaños quemados de sol, piel morena clara (también culpa del sol), ojos café oscuro muy hundidos, barba cerrada aunque esté recién afeitado, nariz que recuerda la dominación árabe en el mediterráneo, el andar medio encorvado y arrítmico de esos que cuando le da hipo, parece que estuviera enviando un mensaje con el tam-tam..., un tipo, que si se lo encuentra uno en la calle siempre parecerá un viejo conocido aunque jamás lo hayas visto.

El cuento del borrachito empieza en un punto en el que Atalayo se levanta de su cama por la mañana y comienza a encontrar detalles que no había visto, tanto así, que duda de que se levantara al lado de la misma mujer con la que se acostó, cree, la noche anterior.

Se da cuenta de que el baño tiene las paredes recubiertas con una cerámica blanca que tiene un diseño cómo de tela de arañas que se repite cada ocho cuadraditos, y esto lo nota mientras está sentado tratando de expulsar algo que se resiste a salir.

Se da cuenta de que la llave del agua fría y la del agua caliente abren a contra giro, es decir una gira para un lado y la otra gira al contrario de manera que si las agarra con las manos cruzadas, la mano derecha en la llave izquierda y la izquierda en la llave derecha, ineludiblemente se salpica la camisa...

Se da cuenta de que todo lo que le ha ocurrido durante su vida, ni es casual, ni es culpa de los demás, ni tiene nada de extraordinario...

Todo comienza así pues, cómo me contaba el borrachito después del tercer ron porque el whisky lo desanimaba: El amigo Atalayo Paredes se despertó una mañana muy temprano aun oscuro, pero perfectamente despierto, lúcido. Miró por la ventana que está junto a su cama y vio una estrella grande, luminosa como una luna pequeña que no había visto nunca, o por lo menos no se había dado cuenta de que estuviera ahí. La estrella estaba del lado del amanecer, hacia oriente, casi tan alta cómo el borde superior de la ventana y fue desapareciendo a medida que el sol levantaba... La siguió hasta que desapareció en la claridad del día. De pronto cae en cuenta de que debe levantarse para hacer todo lo que hay que hacer ¿Qué era lo que había que hacer? ¡Coño, no me acuerdo! Pero es algo urgente, o algo así ¡Ah, ya! me estoy meando.

Estando en eso oye un débil quejido a su lado y voltea sorprendido ¿Pero quién es esta señora? ¿Qué hará aquí? ¿Será que me metí a loco y me traje una tipa para la casa? ¡pero me voy a enredar en un peo horrible! ¡Que bruto me he vuelto! ¡pero si yo nunca hago esas cosas! ¡hay qué ver! Ya va, que esta me parece conocida... ¡bíiiicho, si es mi esposa! ¿se me estará ablandando el cerebro con la edad? ¿cómo es que no voy a reconocer a mi mujer? si se entera de esto se va a poner muy triste.

Mejor me levanto y voy al baño, porque si no la tristeza la va a agarrar por tener un marido que ya se mea en la cama, que se puso así de viejo, y ¿quién me quita la chapita?

Y podrá pensar usted si quiere que el amigo es uno de esos varones domados, o de los otros que se esconden tras el carácter de la esposa para justificar cualquier cosa ya sea que la hicieran o no. Pero de ningún modo es así. Ni su esposa tiene mal carácter ni él necesita escudo, lo que pasa es que a veces la gente dice las cosas sin pensarlas mucho igual que un loro, y por eso es que no me gustan esos animales, aunque este último comentario no venga al caso, son vainas del ron, que con todo y eso es mejor que el whisky porque no lo pone irresponsable a uno. Yo, bueno, yo soy y no soy un buen ejemplo aunque no fue el ron el que me puso así. Fue un problema que tuve por culpa del whisky y que a raíz de eso me abandonaron mujer, hijos y amigos al mismo tiempo…, pero déjeme seguirle contando mi cuento:

...Atalayo se va al baño, mea por fin, salpica la parte de la tapa de la poceta que sirve para sentarse pero que hay que levantar para hacer pipí, aunque igual la salpica porque no la había visto nunca. Rápido la seca con un papel absorbente de esos que no absorben un carrizo y que no le cambian el nombre para poderlo seguir vendiendo caro, o tal vez, porque no se le había encontrado uno mejor.

Trata de abrir la llave del agua y no puede, la condenada está cómo pegada, se molesta y comienza a darle en los dos sentidos y resulta que la maldita abre al revés, toda el agua sale junta y se salpica la camisa de la piyama... Es cuándo nota lo que decía sobre abrir a contra giro y todo lo demás.

¡Caray! ¿qué pasa hoy? ¡Todo está raro! Termina Atalayo sus rutinas de aseo personal porque gracias a Pavlov no tiene que recordar que hay que lavarse los dientes y afeitarse todas las mañanas, y saliendo del baño mira hacia la cama dónde aun duerme su esposa. La miró (Bombardina, Bombardina Rojas es su nombre, pero en la intimidad es Bombi Softail y no me pregunte más) quién dormía boca abajo y no pudo dejar de notar, una vez más, el par de nalgas hermosas de su mujer ¿Cómo fue que no la reconocí cuándo me desperté? obviamente no miré en la dirección correcta, supongo. Y es que frente a ese tipo de lapsus, lo mejor es restarle importancia para que no se enquiste.

Ese asunto del trasero de la esposa de Atalayo es un asunto serio, óigame usted, con todo respeto también, y págueme otro roncito que todavía es temprano, como le digo: el caso más contradictorio que había conocido él. Era un asunto de otro mundo y no me malentienda, redondo, en su redondez precisa así como el de aquella que va allá pero más bonito. Sí, bonito, bonito ese rabito: firme pero suave al tacto, bamboleante sin rebotes, cómo si fuera un experimento de ciencia ficción gluteíca, por así decirlo, es que me quedo corto con las palabras y eso que no estoy bebiendo sino ron.

Atalayo sabía que ella estaba consciente de los sentimientos que despertaba esa zona de su anatomía en la mayoría de las personas, sobre todo en las del sexo opuesto, pero ella, o lo había olvidado, o le molestaba que fuera así, o simplemente le estorbaba, cómo si fuera una carga en el mal sentido de la palabra. Aunque en ciertas ocasiones explotaba con mucho éxito ese atributo y se le podía ver muy reconciliada con tamaña posesión. Y no tratemos de entender esto porque la que no tiene lo quiere y la que tiene se lo quiere quitar.

Otras veces parecía más un pesar que una alegría lo que entendía nuestro amigo que le producía a ella esa inevitable e irrenunciable característica. Sin embargo era una realidad que a veces se podía palpar, si existía el humor y las condiciones en general para ello. Amalaya digo yo, no, estoy hablando de Atalayo, lo que pasa es que entre la conversa y los recuerdos se me enreda la lengua. Perdone que sigo.

Le estuvo mirando el culo, perdón qué lengua la mía, las nalgas, el trasero…, por lo que le pareció a él una eternidad, hasta que el hilo de su distracción se rompió por un sonido mañanero de esos que están a mitad de camino entre quejido, susurro y accidente gástrico.

En ese momento Atalayo salió casi huyendo, sintiéndose un poco culpable por estar perdiendo el tiempo en evaluaciones entrometidas y deontológicamente incorrectas sobre la anatomía ajena porque así pasen mil años y mil cosas más ese rabo es de ella, diciéndose que mejor se prepara un café y piensa en otra cosa: La cafetera estará por ahí a mano y no es un asunto tan complicado de resolver. Un café, un poco de azúcar... ¿dónde estarán metidos? ¡Ah! ¡en su sitio, claro! ¿cuál es el qué es su sitio? Un poco de esto, otro poco de aquello... y tras una breve espera: ¡mmmmm! Quedó bueno.

Se duchó luego a toda prisa, con agua muy fría y no por gusto, es que siempre se olvidaba de encender el calentador de agua (que es de gas) antes de desvestirse y haberse mojado, entonces para ahorrar tiempo y porque le quedaba bien por burro se terminaba de bañar sin agua caliente. Siempre lo mismo. Cada mañana lo mismo. Por lo menos ya había aprendido a meterse al baño con la toalla para no tener que pedírsela a gritos a Bombi cada vez. Bueno, hizo dos cosas, mandó a instalar unos estantes en el baño donde siempre había toallas secas, y por si acaso, aprendió a escurrirse y secarse con la ropa de dormir para no molestar a nadie con su mala memoria. Un buen hombre en el fondo, yo que se lo digo. Se vistió con lo primero que agarró: unos bluyines y una franela blanca de manga corta, zapatos de lona sin medias... Lo de siempre... Y a la calle antes de que despertara la tropa, es decir la esposa y los hijos, tres para ser exactos. No sé si lo estoy molestando con tantos detalles, lo que pasa es que quiero que entienda bien cómo es esta gente, quiero que me crea, quiero que se le haga fácil la vida.

Atalayo y Bombi tuvieron un varón y dos hembras, los hijos, digo. El varón es el segundo hijo, y tiene una extraña y gran habilidad con los carburadores (casi brujería) y con la comida exótica, además de un sentido del orden y la responsabilidad, que si no fuera porque lo conozco y por lo de los carburadores, yo dudaría de los mandos naturales del muchacho, y me refiero a su hombría, porque la gente tiende a hablar mucha paja sin saber.

Él habla poco y en ráfagas, aunque parezca estar pensando en otra cosa tiende a decirlo todo con precisión, condensado, espeso, cómo una salpicadura hecha con algo hervido durante varias horas, y en tono nasal. Es un poco más alto que su papá. Tiene el cabello largo y liso, y casi rubio. Es de hombros anchos y camina cómo un gato (no hace ruido) aunque calce sus botas tejanas de motorizado pegado.

Es blanco y pecoso. Tiene la piel como de bebé, parece que nunca le dio un rayo de sol. Usa camisa a cuadros y bluyines pulcros con la rayita de la plancha y todo. Además para colmo se los plancha él mismo, no le digo…, además de lo que dije sobre las botas de cuero. No sabe bailar, no puede, cuando lo intenta siempre es bajo la influencia de muchísima presión, o alcohol en la misma proporción. Pero lo más cómico son sus dientes que son pequeños y de color raro, parecen dientes de leche pero mal cepillados. Quién sabe.

La hija mayor es un completo desastre, suele dejar la ropa interior en la sala, o dónde caiga, es el colmo de lo olvidadizo, se pierde dentro de su propio cuarto, pero es dulce y perspicaz siendo incapaz de resolver nada por si misma y ni siquiera baja la poceta completamente, digo que hasta ahora fue así, y los que creen conocerla pondrían sus bolas al fuego por esto..., qué lenguaje el mío, pero perdóneme que no soy más que un borracho callejero…, y a quemarse se ha dicho.

Lo que sí le digo de ella es que si se logra interesar, entiende cualquier explicación sobre lo que sea a la primera pero se le olvida de inmediato, habla hasta por los codos de cualquier cosa, entretiene a todos, es graciosa se puede decir, buena copiloto en los viajes largos por carretera, sirve el café, consulta los mapas, chequea el nivel de combustible, la temperatura del agua, la presión de aceite, la velocidad crucero... Sospecho que no tiene idea de qué quiere decir cada instrumento pero es indudable que sabe dónde debe estar cada agujita para que signifique que todo está bien. Y sé que usted se está preguntando que de dónde saqué yo todo este montón de pendejadas, pero yo le digo que sé de qué estoy hablando. Y no me haga arrechar y me brinda otro roncito que me estoy enratonando ya.

Ella es alta cómo su madre, pero flaca. No torneadita cómo Bombi Softail. Esto no quiere decir que no tenga sus curvitas, es que la madre en eso le lleva una morena y deje los malos pensamientos que esa niña es como una hija para mí. Bueno, es un decir... Le decía que ella es flaca, alta, tiene el pelaje casi negro con reflejos rojizos inexplicables como si tuviera alambre de cobre mezclado con el pelo, largo y ligeramente ondulado. La piel es cómo la de su hermano, pero menos cuidada. Los rasgos son ¿cómo decirlo? más bien cinéticos. ¿Que qué quiere decir esto? Bueno, que cambian según el ángulo desde el cual la mires y si lo haces estático o en movimiento, el humor que tenga, si comió, si ya fue al baño..., esas cosas.

La otra hembrita, la menor de la casa, bueno, de ella sé poco en comparación a lo que es realmente: es la más pequeña en todos los sentidos, tiene el cabello muy claro y muy liso, corte tipo Cristóbal Colón, ya sabe, del que aquí llamamos de totuma pero con pollina. Es la más blanquita de todos, y la más pecosa. Tiene los dientes raritos, así medio irregulares, y usa lentes para leer. Es muy menudita, poquitica cómo una locha de café. Tiene un carácter soterrado y es un poco amargada, pero solo por timidez. Generalmente es difícil para todos descifrarla pues habla poco, sonríe menos, casi no hace ruidos, salvo a veces, que ronca un poco cuando duerme y pasó que ese día tan raro en el que salió Atalayo temprano a trabajar, mientras iba manejando su carro rumbo a la funeraria... Sí, la familia tiene una funeraria y no me pregunte nada que con toda seguridad le voy a contar ese cuento también pero déme chance… ¡Coño! ¿Qué son esos ronquidos? ¿será el cardán o el carburador? tendré que hablar con HD sobre esto, y me dijo que lo había revisado.

Ubica el sonido en el asiento trasero del carro, mira allí cambiando la posición del espejo retrovisor central y ve a su hija menor durmiendo, bueno, despertando en el asiento de atrás, arropada hasta las orejas con el forro que habían comprado hace años para proteger el carro del sol y que nunca se usó porque el estacionamiento es techado, pero que seguía de cualquier manera regado en el asiento trasero…

Mire amigo, yo me tengo que ir, no le dije a mi esposa que llegaría tarde a la casa y se va a preocupar. Bueno, está bien, vaya tranquilo pero déjeme pagado un roncito. Cómo no, don Santos, sírvale otro roncito aquí al amigo por favor ¿cuánto es? Docemil. Aquí tiene. Hasta mañana… Sí, sí, vaya tranquilo y mañana le sigo contando. Está bien…, sí, mañana…

Qué viejo tan fastidioso, me echó a perder el rato de relajación.

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Guiñol de la realidad verdadera pero de la que se percibe con el rabito del ojo, porque digamos que es más fácil así evadirse del engaño..., o algo por el estilo.