sábado, 21 de junio de 2008

OTRO CAPÍTULO

EL CUENTO SIGUE, NO ME SALVÉ.

Cosa tan rara esta que uno lo que quiere es estar tranquilito y viene alguien a estorbar la rutina. Menos mal que aquí metido en mi trabajo casi nadie me viene a fastidiar, pero nada es perfecto y ya se me acabó otro día de trabajo. Tal vez no esté el borrachón ese ahí y me salve de pagar más rones. Pero qué cuento tan raro me echa ese... Buenas noches don Santos…

Aquí lo espera uno que dice que tiene mucho que contarle a usted. No sé.

Cómo está amigo mío ¿todo bien por la casa?

Coño, no me salvé del borracho del carajo este…, sí, sí, todo bien, y dígame qué es eso que tiene para contarme…

Por dónde íbamos, ah, sí, estábamos hablando del forro del carro de Atalayo. Bueno:

Es gris, es gris el forro ¡coño, y se ve de buena calidad! Pero ¿qué estoy diciendo? ¿qué haces tú ahí, niñita? preguntó en voz no demasiado alta para no sobresaltar a la criatura.

Una cabecita despelucada, con las mejillas rosaditas y unos ojos grandes y adormilados, asomó por encima del forro gris y se oyó una voz aguda que muy seria preguntaba: ¿ya es de día? ¿a dónde vamos? ¿para la playa? ¿a pasear? ¿de picnic? ¿ah, ah, ah? Imagínese, uno va manejando para el trabajo por la plena autopista y que le pase una vaina así, es para cagarse del susto y de la risa al mismo tiempo ¿no?

Sí, era la pequeñita, Sabina, no por raptada sino por el día de la semana en el que nació (un miércoles, día de alguna fiesta nacional según recuerdo que me contó el borrachito pero no sé, porque yo llevaba unos roncitos también cuando me lo dijo) estaba ahí, en el asiento de atrás del carro, quién sabe desde cuando, y ya habían pasado el “punto de retorno conocido” como le decían al último punto en el que se podía regresar a casa sin desviarse dramáticamente ¿qué haría ahí? Tendría que pasar el día con ella, ya lo esperaban en la funeraria, no había tiempo para regresar a la casa, y ella estaba muy chiquita para mandarla de vuelta en un taxi, sola. Tendría que darle desayuno, sus vitaminas, lavarle los dientes...
¿Ya le salieron? Pensó Atalayo como buen padre, hablando sobre los dientes ¿no?
Si me está hablando, ya come sólidos, y si es así, ya tiene dientes... eso es lo que recuerdo de los niños... Tan pequeñita, y ya es tan precisa... Saldría a su mamá… No, niñita, ni a pasear, ni nada, vamos para mi trabajo... Por cierto ¿cómo es que estás dentro del carro?

¡Bueno, es aquí dónde siempre duermo los fines de semana! Me gusta el olor, porque huele cómo a oficina, no me molestan los mosquitos y no tengo que esperar a que apaguen el televisor para poderme dormir. Y cómo casi nadie se levanta temprano en estos días, me da tiempo hasta para salir, acostarme en mi cama sin que me molesten, puedo poner la música que me gusta en el radio del carro, es cómo mi propio cuarto... Y esto lo contestó la muchacha con tranquilidad, cómo si fuera lógico, obvio pues.

¡Así es cómo se explica el cassette de las payasitas esas que encontré en la guantera y los moñitos que había bajo el asiento, y el olor a saliva sudada! Pensé que estaba pasando algo impropio conmigo ¡menos mal! (Es que este Atalayo tiene unas vainas)… Pero tú tienes tu propia habitación ya ¿no?

Sí, pero está entre la de mis dos hermanos: Nomeolvides siempre tiene una música horrorosa a toda hora, y en el cuarto de al lado, cuando no llora una bebé, cruje la cama.

A todas estas Atalayo estaba sacando cuentas para deducir la edad de la niña, pues de pronto no la podía recordar. Comenzó por precisar el año en el que empezó a salir con Bombi Softail, su linda esposa querida... Y ese sobrenombre le queda de un bien…, si usted la viera caminando delante de usted, y si van por una subidita mucho mejor, pero no respondo por su corazón. No sé ni cómo es que estoy vivo para contarlo. Supongo que es nada más que para eso que estoy vivo.

Mil novecientos seten... ochen... ¡no sé! ¡Ah, sí! Por lo tanto fue en marzo, no, en diciembre, no casi nunca sucede en diciembre... El frío... ¡Ah sí, en julio! que medio dormidos hicimos... bueno, creo... esteeeé... aja, en el ochent... nació La florecita mayor Noteolvides, Nomeolvides, o algo... Bueno, ella, la que sí se olvida, no sé a quién salió con esa memoria... Luego en el ochen... en aquel paseo dónde nos cansamos tanto, si, la vez de la insolación en los pies... ¡coño, cuándo se está joven...!!! ¡hay qué ver!! Con el cansancio y todo, el carro accidentado, y creo que fue ahí, medio muertos, con la mayor en su sillita de bebé amarrada sobre la tapa del motor para que la niña se durmiera calientita, porque fue la vez que se nos olvidaron las cobijas, después de que le dieron la teta... Y yo me entusiasmé un poco, bueno, cosas de la juventud, la teta, esa teta, y Bombi Softail estaba demasiado cansada para decir que no. Realmente aquella tontería de que mientras se amamanta no hay preñez..., mitos populares... Si, bueno, después vino el segundo, Hijoedavid David-Son, HD, para abreviar... ¡Ah, sí!! En fin, siete años después ésta, y de eso hace ¿a ver? Seis o siete más... Total, Siete u ocho años tiene la criatura, sí, ya tiene dientes seguro ¿seguro? A ver cómo se lo pregunto sin que se sienta mal, total es una criatura y su personalidad está en formación, no se le vaya a rayar el subconsciente...

A ver... ¡Chiquita linda! ¿Te acuerdas de tu último cumpleaños, cuando alguien te regaló aquella muñeca tan bonita que bailaba Lambada...? Empezó a preguntar muy orgulloso porque el cálculo le había salido limpiecito y exacto también.

¡Papá, que fastidio contigo! Primero, eso no fue en mi último cumpleaños, fue hace seis cumpleaños. Segundo, la muñeca no bailaba Lambada, decía ¡Fuera vete ya, ni un paso atrás! Y tercero, si se te olvidó mi edad, no te sientas mal, no saques cuentas que te salen malísimas. Solo me la preguntas y ya. Después te extraña que a mi hermana se le olvide todo... Tendría que haberla visto, esa niña es más exacta que un reloj de numeritos.

Pero avergonzado y todo, Atalayo masculló una especie de disculpa entre dientes, más molesto con él mismo que otra cosa… Esto si que resulta interesante: la nenita tiene entonces... ¿Diez años? ¡Coño! ¿diez años ya?

Diecisiete, Papá, diecisiete años, nací hace diecisiete años y unos meses para que no te enredes más. Eres muy inteligente…, creo…, pero para las matemáticas, mejor ni hablar... Por eso no me gustó demasiado la ocurrencia de venir a darme una muñeca tan horrible y tonta el día de mi cumpleaños número once (para que no saques cuentas) frente a mis asombradas y burlonas amigas, y no fue “alguien”, fuiste tú. Y la muñeca no era bonita nada, era lo más pavoso que he visto en mi vida.

Atalayo pensó que mejor cerraba la boca un rato a ver si dejaba de meter la pata. No es que fuera una cosa muy nueva, o muy rara, pero ya eran suficientes las metidas de pata para esta hora del día. Y aunque no tenía idea de a cómo estuvieran cotizándose sus acciones en la bolsa filial, no quiso seguir deteriorándolas, para evitar un “crack paternal”. Se puso entonces a sacar cuentas sobre la edad de la mayor, la florecita, Noteolvides, Nomeolvides, o algo así... Diecisiete, más tres que tenía más o menos Hijoedavid David-Son, HD pues, cuando ésta nenita nació, más otros tres, por lo menos, son... Veintitrés ¡Mierda!! ¡Veintitrés añitos!!!... ¡Primaveras, digo!!! ¡Si, eso!!!... ¡y entonces! ¿cuantos tengo yo? ¿De quién coño son los moñitos y el cassette de las payasitas entonces?

Veintidós, y no le digas mierda, que despistada y todo, si te oye, se arrecha, perdón, se disgusta... Sabina respondía desde el asiento de atrás mientras se desperezaba con movimientos lentos, cómo de gato, como sabrá usted que hacen las niñas pequeñas si tiene una.

Tu tienes cuarenta y seis años recién cumplidos, mi mamá tiene cuarenta y tres largos (eso dice ella) y HD tiene diecinueve, para facilitarte la cuenta y no acabemos chocando contra algún distraído incapaz de esquivarte..., aquel camión, por ejemplo. Sí, el Mack R800 con low boy que viene cargando ese enorme payloader Caterpillar 988 y es mejor que lo esquives.

Por cierto que ese cassette y esos moñitos son de la hija de HD, tu nieta, que tiene ya tres años y medio, y se llama Victory, y las dejó en tu carro hace meses cuando se lo prestaste a HD o se lo llevó sin pedirlo, no sé no me meto, y llevan tiempo reclamándolas…(¡...!)… Sí, se casó HD. Con una muchacha más grande qué él, en todos los sentidos imaginables, además. Siempre haces ese casi comentario cuándo te enteras de ese matrimonio. Ya te has enterado, por cierto, al menos unas treinta veces, tendrás que anotarlo algún día, digo.

Claro que Atalayo Paredes hizo un inventario con las rarezas del día: despertó temprano, había una estrella nueva en el cielo, casi se meaba en la cama (bueno, esto no tan era raro. Todas las mañanas era lo mismo) se salpicó con al agua de la llave que le dio por abrir al revés ese día, hizo café y quedó bueno, Bombi Softail dormía boca abajo (esto tampoco era raro, pero no dejaba de maravillarse) se duchó con agua fría y no se le amargó la mañana... Y ahora estaba conversando, pues se habían cruzado varias frases completas sin pérdida de interés, con Sabina, su hija menor, la que no conocía y que resultó ser ¿sorprendente? Se volvió a enterar de que su hijo se había casado y ya tenía una nieta, una hija. Bueno, la hija nueva es de HD. Y yo estoy aquí escuchando a este borracho del cipote y bebiendo ron como si fuera sábado en la noche y no me estuvieran esperando en casa…, me tomo el del estribo me despido del viejo este porque si no amanezco oyéndole el cuento y mañana no puedo trabajar…

Sí, está bien, nos tomamos la del estribo como usted dice, pero déjeme que le siga contando: La cosa se perfilaba de un modo que escondía un designio secreto, estoy seguro. Atalayo tenía que desentrañar aquello. No sucedía algo así desde que había conocido a Bombi Softail, la más bella, usted no se lo puede imaginar, la que solo habla para decir la cosa más trascendente y reveladora que exista, una especie de oráculo... Bueno, esto sonó feo, está bien que lo tiene lindo, pero tampoco es como para andarle orando... Pero no me distraiga para poderle seguir contando, que ya agarré la bajadita:

Bombi Softail, siempre está un poco fuera de lugar dónde quiera que se ponga, tal y cómo Atalayo mismo se sentía siempre (aunque eso no tiene nada de extraordinario realmente, pues toda esa generación de ustedes fue más o menos educada bajo ese concepto, tiene que admitirlo usted, y todos son únicos, en masa, existen millones de únicos, desubicados y fuera de entorno, todos juntos, peinados y vestidos igualitos, no me jodan).

Ella es una mujer más bien alta para ser mujer, pero sin exageraciones, de piel morena clara y lisa cómo si fuera de mentira, ni un lunar, ni una espinilla, ni una marca, ni una peca, ni una cicatriz, créame. De rasgos agarenos y ojos almendrados parece árabe a veces, hindú otras, yekuana en otros momentos, griega o maltesa, siciliana o simplemente híbrida. El cabello negro ala de cuervo, con reflejos casi azules, largo más abajo de media espalda. Nunca tiene un pelo fuera de lugar, aunque a veces, inexplicablemente, lo llevara en un moño apretado, sin ningún reflejo cuyas dimensiones hubieran hecho pensar que tanto pelo no puede caber en tan poco moño. Unas veces lo lleva suelto cayendo verticalmente hacia atrás, inconmovible, cómo si no fueran cabellos independientes sino más bien una especie de textil. Otras veces lo llevaba un poco ondulado y con reflejos más bien rojizos tal cómo el de su hija mayor. Normalmente coincide el peinado con el estilo de ropas que lleva. El moño, con ropas muy conservadoras. El ala de cuervo, con ropas livianas, deportivas, o campestres. El ondulado, con ropas tremendamente sexy. Era en esas circunstancias en la que se le podía ver contenta con todas sus redondeces y más sonreída. Y déme será la del estribo izquierdo que me gusta como estoy hablando, tenía años que no hablaba así. Déme más ron, por favor…

Bombi Softail es un fenómeno, inteligente a más no poder, es una de esas personas que parecen reservadas por el destino para tareas superiores entre los seres humanos. Una santa si no fuera porque no lo es y también me puede creer… Atalayo nunca ha podido entender qué fue lo que ella vio en él y que la hizo empezar a ponerle atención. Pero es seguro que vio algo en él, porque nadie esconde ni un solo secreto para ella. Ella lee en todas las personas con más facilidad que en el menú de su restaurante favorito. Es un don sobrenatural, así como el hecho innegable de que no envejece. Solo sus frases lo hacen, pero ella no… ¡Coño, se pasasó! Cómo me va a decir que no envejece, ya está borracho, y yo también para seguir escuchándole pendejadas a usted: me voy pal coño…

No hombre, no se vaya, vamos a terminar esta y mañana le sigo contando…

Atalayo pensaba…, coño, venga y siéntese, déjeme terminarle esta parte, no sea terco… Le digo que Atalayo pensaba que no fue nada que le dije, ni nada que le di, ni nada que no le hubiera hecho sentir otro antes, ni nada por el estilo… Yo no me hubiera fijado en mi mismo ni de broma. Ni siquiera por interés antropológico..., ni dinero tenía en aquel entonces. Lo único es que ya había comprendido que un hombre no es solamente un accidente biológico sino que en realidad es un modus vivendi, y al entender esto, supongo, que se hacía merecedor de la mujer que más le gustara. Todos los hombres deberíamos comprender y aceptar esto…

Es más, por aquellos días Atalayo pensaba que estaba un poco mal eso de tener dinero de más (si es que existe el dinero de más cuando se trata de querer más que la simple supervivencia, que es cada vez más y más complicada) le parecía que eran cosas de gentes gordas y un poco malvadas por lo menos de intención, pero resulta que conoce más de un malintencionado magro al extremo... Ya sabe que uno repite sin pensar las vainas que oye de chiquito y así los padres y los abuelos hasta que la bola de mierda crece como si fuera de nieve solo que ni es romántica ni bonita. Está bien, me voy a sentar otro ratico porque todavía no son las nueve de la noche y porque sigue lloviendo…, está bien, no me mire así, también porque el cuento está bueno aunque se pasa de cobero…

Nojoda, no me diga cobero que no he llegado a la mejor parte de la verdad…, y no me importa que me diga lo que me diga porque la verdad es que usted está pagando los roncitos y eso le da derecho, pero no abuse…, y como le venía contando a usted: Atalayo se recordó a si mismo cómo era en tiempos de soltero, antes de Bombi Softail, y no recordó nada ¿a ver? Si, alguien me daba el tetero…, no, no tan atrás, un poco más acá... Tenía juventud y vigor, es decir, que se metía en cuánto peo podía, se emborrachaba con un día de por medio (no por descansar, sino para darse tiempo a conseguir más caña según pude entender entre líneas de lo que salía de la boca del borrachito y lo que llegaba a las orejas de este otro borracho) amanecía en cualquier parte y nunca estaba seguro de si lo hacía vestido o no. Se burlaba de todos y terminaba envuelto en las más grandes peleas de bar. No recordaba un solo pensamiento claro hasta el día en el que conoció a Bombi Softail, tan solemne bajo su ropa de médico en servicio ¿Fue después de aquel viaje a la playa dónde comimos no sé qué cosa y bebimos...¡Puaj!! Si, ¿qué era?: Ensalada de pétalos de cayena, campanilla, camarones y lechuga, con aderezo de caña clara pasada, aceite de coco y agua de mar. Acompañada de caña clara, azúcar moreno y parchita… Sí, es extraño, pero todo lo recordó bien Atalayo, tomando en cuenta lo poco real que aquello se volvió después, cuando por fin la vio.

Ella estaba de servicio en el hospital y me llevaron allá con una especie de intoxicación (era alérgico al agua de mar y los camarones en la ensalada, se enteró de eso ese día, estoy seguro) Me atendió un poco de mala gana porque no olía muy bien yo, quiero decir. Era natural, me llevaron al hospital unos tres días, me dijeron, después de que se presentaron los primeros síntomas (vómitos y diarrea) porque no había modo de agarrarme sin salpicarse, y de mis amigos de entonces se podía decir cualquier cosa, menos inescrupulosos... Dejaron entonces que me vaciara y que se me secara bien la costra que me quedó por fuera después de revolcarme en un pajonal, para poderme meter en la parte de atrás de un camión ganadero y llevarme al médico. Resulté una especie de bahareque móvil. Por el camino, el sol terminó de secar la costra y cuándo llegamos al hospital ya podía tenerme en pie solo, si me dejaban recostado a una pared, un poste, o un árbol.

Lo dejaron directamente en la morgue, pues a través de la costra no se le escuchaba el latido del corazón, además, era obvio, por la cantidad de moscas que le acompañaban, que algo no andaba bien por ahí dentro, dónde quiera que fuera. Fue ella quién se acercó, lo pinchó con un bisturí y notó que había una reacción no compatible con lo que ella sabía de los cadáveres, esto encendió su curiosidad ¿estaba o no estaba muerto ese que le trajeron? Los occisos no sufrían de diarreas ni de vómitos, ni cantaban “Lucy in the sky with diamonds” al modo “new age”... Había algo inusual ahí y ella lo notó, se interesó... Pinchó con fuerza entonces, y eso le dejó una cicatriz grandota del lado izquierdo, sobre el corazón. Aunque él cicatrizaba bien, el sucio que tenía encima en aquella ocasión ya lejana, parecía, según le dijeron, que influyó un poco en la infección que le agarró ese corte después y que de algún modo le produjo una especie de queloide ennegrecido como un tatuaje mahorí.

Bombi Softail... La doctora forense Bombardina Rojas, en ese entonces de moño apretado, se acercó equipada con ropas apropiadas y botas de goma, con la manguera del sistema contra incendios abierta a máxima capacidad y aplicó la terapia precisa para esos casos, a conciencia. Llamó después a unos camilleros del psiquiátrico de al lado. Me extrajeron del rincón dónde quedé incrustado después del profundo lavado, y me trasladaron a la parte de los vivos en la emergencia del hospital.

Allí no había personal disponible, pues había una huelga y los pocos que trabajaban estaban almorzando y todas esas cosas, entonces ella tomó parte de su ropa (el impermeable, parece) me envolvió la frente, cómo si fuera un turbante, y una manga que aun quedaba libre, me la metió en la boca, lo que resultó perfecto cómo remedio contra los vómitos. Parece que los médicos no usan esos recursos ya. Unas horas más tarde pasó de nuevo a ver cómo estaba mi salud, me contaba el viejito con lágrimas en los ojos, por la fuerza conmovedora de los recuerdos y lo que se perfilaba como una pea llorona… Se interesó en mí desde el primer momento… Tenía una mística de trabajo sorprendente…, inclusive siempre viene a mi memoria algo que ella solía repetir: “Al volver del trabajo debes sentir la satisfacción que ese trabajo te da y sentir también que el mundo necesita ese trabajo. Con esto, la vida es el cielo, o lo más cercano al cielo. Sin esto –con un trabajo que desprecias, que te aburre y que el mundo no necesita—la vida es un infierno”... El borrachito estaba como transfigurado, no sé si estaba borracho o en trance, lo que sé es que a mí hasta la lluvia dejó de molestarme para oír, todo estaba ensordinado, lo único que escuchaba era la voz de sacerdote del viejito mientras continuaba con su relato:

Dio ella misma, en aquel entonces, las instrucciones a una enfermera que estaba por ahí, sacándose las cejas con unas pinzas de suturar, para que lo volvieran a lavar, pues lo de los vómitos se controló gracias a las habilidades de Bombi Softail, pero de la diarrea nada. Ella misma le hizo beber algo que le supo a Atalayo, cómo a bloque de cemento, y le amenazó con ponerle el suero intravenoso, que con los restos de la costra, quién sabe qué consecuencias pudo haber tenido aquello... Pasó ella, varios días después (o eso le pareció a Atalayo) y se molestó mucho con la enfermera, la de las cejas, o con otra, la de las uñas, porque no me habían lavado aun.

Ya, para ese entonces, Atalayo había recuperado la lucidez, pero no la que tenía antes de todo este zaperoco, sino una nueva, que se sentía cómo si hubiera traspasado la irrealidad y le saliera por el otro lado.

Una lucidez única, escuchaba los sonidos y podía saber qué los había producido. Olía los olores y distinguía el cigarrillo del olor a cabello quemado, el alcohol isopropílico del olor del vodka, la diarrea del vómito aunque no era fácil. Tocaba la camilla y sentía que había un lado frío y uno más cerca, tibio. Tenía una parte lisa y una pegajosa y esponjosa, y conocía la diferencia, solo tenía roto el forro... Estaba lúcido, cómo ahora... Terminé saliendo con la doctora forense que me atendió, que me sacó de entre los muertos, ya que me envió de la morgue dónde me habían dejado, a la emergencia del hospital. Claro que al principio solo salí con ella hasta la acera frente a la emergencia, pero luego, con el tiempo, fue naciendo una amistad, más bien una familiaridad, porque siempre volvía allá con unos síntomas parecidos (nunca me curé del todo de aquellos trastornos digestivos) y era su tratamiento lo que me terminaba aliviando.

Un día en el que ella me miró, me atreví a sonreírle (creo que fue una reacción involuntaria producto de lo fría que estaba esa vez el agua del sistema contra incendios) y ella me respondió la sonrisa (a veces me parece que lo que hacía era apretar los diente por el esfuerzo de sujetar la manguera que ese día llevaba más fuerza de lo habitual, unas 130psi, creo que leí en alguna parte, que era la presión de operación del sistema contra incendio ese) El caso fue que cruzamos un par de palabras, ajenas al caso, más allá de un simple: -“Date vuelta para quitarte la costra del otro lado”, y comenzamos, poco a poco, a compartir chistes, comentarios, recetas de cocina (descubrí que le gustaba cocinar, yo no sabía nada del tema, y sigo sin saberlo, pero conseguí un libro de comida vietnamita en un tarantín de buhoneros, lo compré, me lo estudié, lo memoricé al caletre y logré hablar más o menos a su altura) hablamos de contaminación ambiental (no sabía que había alguien interesado en el tema, es más, no conocía la existencia del tema) terminamos riendo entre nosotros ese día. Había nacido algo ahí, y mi nueva lucidez me decía que llevara las cosas con calma, yo hacía caso de mis consejos y todo salía bien.

Descubrí que era casada, sin hijos y que tenía un suegro millonario. Bueno, no descubrí nada, ella me lo dijo una tarde después de merendar unas empanadas en la grama frente a la morgue, lejos de las moscas. No se sorprendió Atalayo con aquella revelación, más bien coincidía con el hecho de que un tipo alto, bronceado, bien peinado y vestido a la moda de los ejecutivos caros, en un lindo Mercedes deportivo plateado y con la tapicería color vino tinto, la venía a buscar por las tardes y salían tomados de la mano, ella con su cabello de ala de cuervo corriéndole por la espalda, y mirándose a los ojos con esa mirada de miopes sin anteojos que buscan a lo lejos, la que ponen los protagonistas de las películas románticas del Hollywood de los cincuenta...

--¡brrrrr, que rabia aquello!!!-. Si, seguía lúcido...
Pasó el tiempo y empezaba a establecerse una rutina: ella se iba con el tipo alto, él vomitaba y cagaba cómo un enfermo hasta que realmente lo estaba, lo metían al hospital, esperaban la mañana, ella llegaba, le daba el baño con la manguera contra incendios, los loqueros lo pasaban a la emergencia con el trapo en la boca y una nueva modalidad que consistía en un corcho de botella metido en el culo para lo de la diarrea, salía después de mediodía para merendar las empanadas en aquél sitio de grama frente a la morgue (si bien el sitio se localizaba a sotavento de la morgue y esto evitaba que las moscas volaran hacia allá. El olorcito sí que llegaba pero no molestaba pues ambos habían olido en la vida cosas peores) venía el tipo alto a buscarla, y vuelta a empezar.

¡Hay que ver que la rutina si que proporciona estabilidad en la gente, comentó el borrachito así de repente, es algo bonito. Entornó los ojos y dejó de hablar… Yo estuve unos minutos pensando en lo que me había contado y por una parte quería que se callara la boca para poderme ir, pero por otra parte quería saber más.

Pasaron unos buenos diez minutos y el viejo parecía haberse vuelto de corteza de árbol, de roble, no sé, pero como parecía que no iba a hablar más esa noche pagué y me fui. Qué llovizna tan fuera de temporada, además fría. No es común.

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